Este año no nos ha llegado ninguna novedad navideña a ritmo de jazz pero, como la música no debe parar, debemos recomendar un disco navideño como todos los diciembres. A los más despistados, seguimos recomendando el etéreo álbum a piano solo de Bugge WesseltofEverydoby Loves Angels (ACT, 2017), que escuchábamos el año pasado por Navidad pero, si ustedes son más de swing, deben escuchar el celebrado álbum de versiones de villancicos de Wise Guys Octet (con Lipi Calvo, Pedro Cortejosa, Carlos Villoslada, Javier Galiana...) titulado The Magi are Coming (Blue Asteroid, 2016); dos álbumes con espíritu navideño, muy diferentes pero con raíz europea.
Pero hay un álbum del que no habíamos hablado hasta ahora, quizás porque lo conseguimos en otra época del año... Volvamos los ojos al Mediterráneo para escuchar un jazz con un sonido netamente americano, el del álbum A Jazzy World Christmas de Ximo Tébar, un guitarrista enormemente personal que no encaja en las etiquetas. Recuperamos este disco de 2015, donde reunió a músicos de distintas partes del mundo (Ester Andújar, Antonio Serrano, Miles Griffith, Jim Ridl, Maria de Medeiros...) para recrear temas navideños como "White Christmas", "Sleigh Ride" o el siempre energético "Santa Claus Is Coming to Town". Denle al play. ¿A qué esperan?
El sello Moonjune acaba de lanzar el último álbum de Dwiki Dharmawan, un mes después de reeditar su celebrado Pasar Klewer de 2016. Este nuevo trabajo del pianista y compositor indonesio, titulado Rumah Batu, ha sido grabado en el Penedés, salvo las voces y algunos instrumentos que fueron añadidos más tarde en Indonesia, y fue mezclado en Inglaterra. Cuenta con la participación del versátil Carles Benavent y de otros músicos de este sello discográfico como Yaron Stavi al contrabajo y Asaf Sirkis en la batería, ambos músicos israelíes afincados en el Reino Unido. El guitarrista franco-vietnamita Nguyên Lê y media docena de invitados completan el elenco de este disco caleidoscópico.
Dharmawan es un pianista, compositor e improvisador de los que gusta escuchar, con ese abanico aparentemente infinito que dan 30 años de experiencia en la música. Inspirado y versátil, posee por momentos una lírica espacial o un groove contagioso. Por supuesto, no estaríamos hablando de este pianista si se limitara a hacer swing o un jazz mainstream sin personalidad. Dharmawan destila elementos sonoros de su propia tradición dentro de los esquemas del jazz y la improvisación, se mueve entre el avant-garde, el jazz rock y el world jazz (aunque estas etiquetas, como todas las etiquetas, se le quedan cortas), configurando un estilo personal que ha consolidado a lo largo de una docena larga de álbumes que incluye, entre otros, discos muy potentes grabados en directo, en el Festival de Jazz de Viena o en el Baked Potato de Los Angeles, por ejemplo.
De los 8 temas que componen álbum, dos conforman la "Rumah Batu Suite", que ocupa casi 27 minutos del disco. La primera parte (titulada "Kaili") tiene una intro basada en una melodía tradicional y un desarrollo fascinante, con toques funk y cercanos al rock progresivo. La segunda ("Perjalanan") aparece acreditada como una composición coral de los cuatro músicos (Dharmawan, Lê, Benavent, Stavi y Sirkis), lo que apunta más a una improvisación colectiva que a una composición. El resultado es un tema cambiante y lleno de detalles. Resulta fascinante, dentro de todos los momentos fascinantes del álbum, escuchar esta suite con dos bajistas, uno sin trastes (Benavent) y un contrabajo (Stavi).
Dharmawan es un músico para conocer más a fondo. La voz étnica que sobrevuela la inspiración del jazz de Dharmawan se acerca por momentos a armonías árabes concomitantes con el jazz flamenco, donde Benavent es maestro, pero aporta también una paleta sonora inaudita, de armonías desconocidas para los aficionados occidentales, gozosa de escuchar y que liga con facilidad con la síncopa y con la improvisación, por lo que resulta un disco recomendable para aficionados de mente abierta e inquieta. Rumah Batu es la prueba de que el jazz sigue vivo, evolucionando, absorbiendo con cada músico y en cada rincón del mundo todas las influencias que puedan resultar enriquecedoras, como ocurrió en el principio de los principios, incluso antes de Congo Square.
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Los músicos invitados son: Sa'at Syah, flauta de bambú; Ade Rudiana, percusión kendang; Dewi Gita, voz; Teuku Hariansya & Indra Maulana Keubitbit, percusiones; Smit, voz y flauta sulawesi; y la orquesta gamelan Nyoman Windha's Gamelan Jass Jegog
Fred Hersch Trio '97 @ The Village Vanguard (Palmetto, 2018)
Se edita ahora en 2018 este concierto del trío de Fred Hersch en el mítico Village Vanguard de Nueva York. Hersch parece incombustible. Aún recuerdo el primer disco suyo que adquirí, un disco a trío con los mismos músicos que este del que hablamos hoy. Plays (Chesky Records, 1994) me pareció aburrido. Todas aquellas versiones de Monk, Gillespie, Ellington... eran demasiado distintas, inesperadas. Tardé muchas escuchas en comprender que Hersch no es Monk ni Gillespie ni Ellington, y que aquellas melodías y armonías sublimadas hasta lo impensable eran fruto de una técnica y de una personalidad únicas. Hoy es uno de mis pianistas favoritos. Con los años sigue inagotable, con su inagotable abanico de recursos, tan llenos de imaginación Ahora, en 2018, con alrededor de 50 discos como líder y tras su inspirado Open Book(Palmetto Records, 2017) a piano solo, vuelve la vista al pasado con su trío de los '90, que incluye a Drew Gress al contrabajo y Tom Rainey a la batería. Y la emoción también vuelve la mirada atrás.
El álbum contiene momentos únicos, como el homenaje a Bill Evans, icono entre los iconos del Village Vanguard, con este tema titulado "Evanescence":
Porque el club, el más emblemático de Nueva York es uno de los protagonistas de álbum: aunque llevaba tocando allí como sideman desde 1979 acompañando a grandes como Joe Henderson, Art Farmer, Lee Konitz, Ron Carter..., el 18 de julio de 1997 fue la primera ocasión en que Hersch tocó en el Village Vanguard como líder.
Para mí, lo significó todo. Para mí, fue el equivalente a la primera vez que un músico clásico toca en el Carnegie Hall. Es el más grande club de jazz del mundo. (Fred Hersch sobre el Village Vanguard)
Por suerte, los tres pases de aquel viernes noche fueron grabados y ahora se edita una selección de los temas, que incluye tanto standards como composiciones originales que sirven para mostrar el peso del trío ya en aquel momento y que, en la selección que se edita y que sale a la venta mañana, 7 de diciembre, 21 años después, comienza con una explosión de ritmo ("Easy To Love"), donde Hersch va creciendo hasta mostrarse arrollador, eso sí, con el sólido apoyo del colchón rítmico. Un tema soberbio de los que merece escuchar en vivo.
El trío en 1997
El álbum incluye también un delicado "My Funny Valentine" donde la sección rítmica aprovecha la ocasión de mostrar la sensibilidad que el tema requiere y donde el piano alcanza algunos pasajes de grandilocuencia en el chorus. Pasajes de mucho swing ("Three Little Words") se combinan con momentos líricos que rozan lo sublime ("Evanessence"), deliciosos tiempos medios ("I Wish I Knew") o experimentos rítmicos como "Swamp Thang", un tema con un tratamiento muy monkiano en el que Hersch usa el trío (el todo) como instrumento de percusión.
Aunque esté editado y el setlist no se corresponda a un solo pase, resulta un concierto ideal a cargo de uno de esos tríos de piano que podríamos calificar como el trío ideal. Y a la altura de un lugar como el Village.
Tener mi foto en la pared del Village Vanguard significa más para mí que un Grammy. Es uno de los logros de los que estoy más orgulloso, porque representa mi larga y profunda relación con el club. hay magia allí. (Fred Hersch)
Ildefonso Rodríguez, El jazz en la boca (Dos Soles, 2007)
Gracias a mi amigo, Sebastián Mondéjar, jazzista, percusionista, poeta y hombre de espíritu polifacético al estilo de los renacentistas (lo cual no sé si es positivo en los tiempos que corren, tan malos para la cultura no-fácil) acabo de leer El jazz en la boca (Editorial Dos Soles, 2007), un libro de Ildefonso Rodríguez lleno de textos inclasificables (en el más positivo sentido de la palabra), donde analiza, revive, interpreta y hace lírica sobre dos cosas tan controvertidas como el jazz y la vida.
La vida propia es, quizás, una de las peripecias más difíciles de entender para los demás y, en especial. por quien la vive. Ildefonso Rodríguez se sumerge en sus experiencias, que no son de tiempos sino de sensaciones y sentimientos, y elabora con estos ingredientes una prosa poética que es, por momentos, analítica, apasionada, escéptica o incluso ensayística, pero que es, sobre todo, emocional. Y en esto contribuye su pasión por el jazz. Músico desde siempre, saxofonista de muy diversa experiencia, escribe desde lo vivido, pero también sobre lo leído, sobre lo escrito... y sobre ese eterno diálogo de hermanas, socias o amantes entre jazz y poesía, del que hemos hablado en más de una ocasión. Literatura y jazz. El jazz en la boca como palabra, como música soplada pero también como sabor, experiencia culinaria porque, al final, los placeres se unen y se disfrutan unos a otros.
Mientras escribo esto, vuelvo a escuchar a Duke y a Johnny Hodges. A Ildefonso Rodríguez hay que leerlo con la vehemencia con que se vive la poesía y con el ritmo poético de las especias rítmicas, armónicamente exóticas del jazz. Aunque no es un diario, la sucesión de textos personales a modo de almanaque de la memoria, me devolvió sensaciones parecidas a las vividas en la lectura del Dietario voluble de Vila-Mataspublicado por Anagrama un año después que el de Rodríguez. De manera similar, episodios de vida o de memoria se traladan al papel con la sensibilidad del artista-persona como experiencia musical, poética, existencial. No caben las comparaciones. La prosa de El jazz en la boca es prosa poética, escrita con la autoridad del poeta y con el criterio del músico.
SEGUNDA TOMA Si me pidiesen que describiera la música de aquel instrumento soñado, respondería: era como ésta que suena ahora. ¿Por qué? Porque suena, porque es.
El jazz es, sin duda, la música más inspiradora de cuantas puede uno tener en su discoteca. Ni la música clásica en los siglos que tiene de vida ha inspirado tantos textos, pinturas o películas como el jazz. El autor cita a Kafka y a Joyce cuando habla de fraseo, enlaza anécdotas de Dexter Gordon y Ben Webster, cita a los griegos para explicar la ligazón (Simploké) entre lo escrito y lo interpretado, pone a Monk al lado de Horowitz ("No comparo, analizo"), cita a Wallace Stevens para explicar lo lejos que puede llegar el silencio como expresión, y es capaz de relacionar cualquier aspecto vital con el más puro y libre ejercicio de la música.
Recuerda (y reconstruye un momento casi vivido) con Al Cohn y Zoot Sims, y, entre ambos, Kerouac, "que dice los versos como si tocara la batería", algo que Rodríguez describe de manera categórica y apasionada:
No es posible comprender la escritura de esa generación sin relacionarla con el jazz, no sólo como música, sino como modo de vida. Las páginas torrenciales, las insignificancias, los descuidos, el dar entrada a todo lo que va llegando: automatismos de un stream of conciousness guiado por los pulsos de la improvisación. Se vive, se escribe improvisando, ése es el surrealismo norteamericano.
El libro es una experiencia transmitida, la vida sobre la experiencia del jazz y la improvisación, escrita desde la óptica del improvisador con un saxo en las manos, del lector impactado, del poeta sobre el papel en blanco y también sobre el amarillento papel de los poemas escritos donde el tiempo pierde casi su memoria. Un autor que uno lamenta no haber descubierto antes y un libro que, citando al autor, "Como el poema, no puede ser contado.".
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* Más artículos sobre jazz y poesía en este enlace.
Según el Diccionario de la Real Academia, aporía es un término filosófico que define como "Enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional". Sabemos que lo que, en apariencia parece inviable en música es muchas veces posible en ese milagro de integración que es el jazz, por eso no nos extraña que el acordeonista Javier López Jaso eligiera este término para uno de sus temas.
Aporía es, también el título de su segundo trabajo con el contrabajista argentino Marcelo Escrich. Aporía, que viene avalado por el sello Errabal Jazz, es una colección de 9 temas que mezclan con inteligencia la vibrante sonoridad del acordeón con la inquietud de un cuarteto de jazz. Junto al guitarrista Luis Giménez y al batería Dani Lizarraga, el cuarteto crea paisajes cambiantes que fluyen a medida que pasan los temas, como paisajes en un largo viaje, construyendo imágenes distintas de ritmos distintos y que, a la vez, nos traen a la memoria influencias muy diversas. El resultado es erudito y, a la vez, inusual, ya que el uso del acordeón obliga a armonizar de una manera poco usada en el jazz.
Pero que nadie se asuste. El resultado es tan cálido, los solos muy interesantes y el sonido brillante. No pierde intensidad ni en las baladas. No esperen melodías tradicionales ni desviaciones que les saquen del camino del jazz. Los temas fluyen y son fáciles de escuchar porque las melodías llegan, aunque son tan elaboradas que es difícil saber dónde acaban los arreglos y comienza la improvisación.
El único elemento ajeno al jazz que aparece en el álbum es la poesía, pero ya nos hemos detenido muchas veces en este espacio para hablar de la fascinante relación entre las métricas del jazz y de la poesía y, en este caso, es muy acertada la intervención de la voz de Gerardo Fitanovich recitando en homenaje al poeta argentino Hugo Tabachnik y a su obra Volviendo a casa en el tema "Hugo vuelve a casa", donde también aparece otro invitado: Alberto Arteta en el saxo tenor. Me gustaría destacar también que Arteta tiene un solo muy clásico en el último tema del álbum ("Diálogos y secuelas"), un tema que comienza con un diálogo bastante interesante entre el acordeón y la guitarra eléctrica a ritmo de jazz rock.
Resulta fascinante la manera en que el acordeón se integra en la base rítmica, comandada eficazmente por Escrich, con un sentido de la síncopa muy moderno y a la vez jazzístico, en especial cuando existe un contrapunto entre acordeón y guitarra. También fascina escuchar cómo López Jaso es capaz de tanta versatilidad. Sin enmarcarse claramente en el tópico fácil de estilos que la cultura popular asocia al instrumento, su lenguaje deja traslucir la melancolía de músicas argentinas, francesas o del folkore vasco y, a la vez, es jazz, es improvisación. Es delicado y muy cantabile en temas como "Nene", dedicado a su hijo, lírico ("Aporía") o tremendamente rítmico y expresivo, como en el caso de "Donostia-Pamplona, Iruñea-San Sebastián", un tema compuesto por el acordeonista donde, paradójicamente, parece mandar el contrabajo, que marca el ritmo desde el primer compás y que tiene un solo hipnótico.
Son músicos (y también compositores y profesores) que llevan años tocando juntos y eso se nota en la escucha de este trabajo donde vanguardia y tradición se mezclan con frescura. Un disco muy recomendable.
Con una concepción original y superlativa del ritmo, el pianista Brad Whiteley nos presenta un disco original, donde desnuda las estructuras de ritmo, estructuras que luego se van vistiendo de jazz a cargo de un quinteto clásico (piano, guitarra, saxo, bajo y batería), con algún toque eléctrico y un inconformismo que rompe y recompone los temas constantemente.
Con su master en la Universidad de Indiana, este pianista y organista (sea órgano de tubos o Hammond B-3) tiene una amplia trayectoria en la sombra: ha hecho televisión (Jay Leno, David Letterman, Jimmy Fallon, entre otros), y ha sido organista de iglesia en el Bronx, teclista de pop (Regina Spektor, David Byrne) y en musicales de Broadway como Avenue Q... Su primer álbum como líder salió en 2014 (Pathless Land, también en Destiny Records). Su segundo álbum, Presence, con Michael Eaton al saxo tenor, Tom Guarna en la guitarra, Matt Pavolka al bajo y el veterano Kenneth Salters en la batería, tiene temas como este "Sunset Park", con ritmos que evolucionan, crecen, se apaciguan y explotan, y que, a la hora de improvisar, exigen una maestría y un interplay extraordinarios:
Desde las primeras notas del disco a cargo de la guitarra (Tom Guarna), con ese toque funk-rock y ese diálogo en contrapunto piano/guitarra, percibimos que las estructuras de ritmo son las que dominan los temas. Al fin y al cabo, el piano es un instrumento de percusión. Ritmos rotos ("Sinking Feeling"), cambiantes ("Demagogue") o que exigen una digitación de vértigo ("The Unwinding") son la nota distintiva de este álbum. La capacidad improvisadora de Whiteley y su banda se pone a prueba con estos arreglos pero el resultado es fluido y fácil de escuchar.
El disco termina con dos temas muy interesantes. "K Car Funk '83" no sólo tiene unos cambios de ritmos y unos arreglos complicados, no sólo tiene un solo de saxo a toda velocidad, con un Whiteley también disparado en el teclado sino que todos los músicos funcionan como una locomotora. Como en los tiempos del bebop pero sin "saltarse la ley", muy mainstream. El tema final es un tema ("A Dark Day") de ritmo sincopado a tempo medio, con un piano brillante y expresivo, estribillo pegadizo y final decadente y dramático.
Un disco recomendable. Brad Whiteley resulta un pianista imaginativo, ambicioso sobre las teclas, como un McCoy Tyner moderno.
El músico, el arreglista, el productor, el mago...
Puede que, como dice la publicidad, nadie haya tenido una carrera como la de Quincy Jones, y de ello se ocupa este documental original de Netflix. La excusa argumental es la apretada agenda de este músico octogenario, incluidos los preparativos, durante casi tres años, de un concierto en el African American Museum Smithsonian para su inauguración. Su hija Rashida Jones filma y dirige este documental junto con Alan Hicks, quien ya dirigió un documental sobre otro grande del jazz, Clark Terry (Keep on Keepin' On) en 2014, uno de los grandes amigos de Q, como le llaman sus allegados.
El documental hace un repaso a sus orígenes pobres en el Chicago de los años 30, con la explosión de los gangs, en una época en la que, dice, "los negros no existían en los libros de texto", razón por la cual no tenía referencias y no sabía qué quería ser en la vida hasta que descubrió un viejo piano vertical, lo tocó unos segundos y supo que había encontrado su vocación. Cuenta que aprendió percusión, trombón, tuba, trompa... hasta que se decidió por la trompeta porque no tenía dinero para un instrumento más caro. Entonces, conoció a músicos de jazz, "negros dignos y orgullosos" y descubrió que eso era lo que quería ser.
Solía juntarme entre bambalinas con Count Basie y con Clark Terry. Sé que los molestaba muchísimo pero tuvieron la amabilidad de decirme: "Bueno, así es como se hace."
Nieto de una esclava liberada y de un emigrante galés, hijo de un jugador de béisbol, Quincy Jones comenzó a tocar la trompeta con 14 años en bandas de soul en Seattle para luego ingresar en la big band de Lionel Hampton, tocaba con algún grupo y luego iba a tocar toda la noche bebop... A los 18 entra en la banda de Lionel Hampton y descubre el mundo, las giras, el racismo, el extranjero... Dinah Washington le pidió que escribiera su próximo disco y luego lo llamó Frank Sinatra para que le hiciera unos arreglos, y así despegó su carrera como arreglista y compositor con Louis Armstrong, Count Basie, Dizzy... Fue productor en París antes de convertirse en director de big band con ese sentido del ritmo y los metales tan grandilocuente que se hizo tan popular y que también le hizo un hueco en el soul y en otras músicas negras que explotaron en los 60 y los 70.
El documental está aderezado con la música compuesta o producida por Quincy Jones y con apariciones de músicos como Miles Davis, Ella Fitzgerald, Al Jarreau, Herbie Hancock, Chick Corea, Richard Bona, Carlos Santana, Stevie Wonder, Frank Sinatra, Bono... monstruos del rock y del jazz que forman parte importante de esta historia.
Q, aficionado a los horóscopos, es un piscis que ha vivido (y sigue viviendo) de la creatividad. Les dejo con uno de los temas más recordados de su larga discografía, "Soul Bossa Nova", de su álbum Big Band Bossa Nova (Mercury, 1962) en una actuación reciente en el 50º edición del Festival de Montreux (2017).
El disco comienza con una suite de 15 minutos titulada como el álbum. Impresionismo, espacio entre notas para expresar y quizás emocionar. Todo parece flotar en una dimensión desconocida (¿el espacio?) donde las armonías se expanden y contraen con apariencia aleatoria, provocando sensaciones. Hay improvisación (de eso no hay duda) pero también influencias clásicas, aires de rapsodia, el experimento íntimo y personal que Kenny Werner.
En las notas del álbum, Werner se cita a sí mismo y a su libro Effotless Mastery para explicar el título del disco:
Hacemos cosas que vienen de nuestra mente consciente o hacemos las que vienen del espacio. La mente consciente es pequeña y pusilánime. En el espacio, vivimos en el momento, felices con lo que es. Desde el espacio tomamos decisiones sin dudar, celebramos los errores.
En ese espacio propio ha grabado Kenny Werner este álbum. Y lo celebro. Me gustan los discos de piano solo. Desde los primeros álbumes que compraba, de "hombres-orquesta" como Jelly Roll Morton, capaces de llenar un salón de baile con dos manos, hasta los milagros modernos, herederos de Evans, capaces de sublimar las más complejas armonías y melodías en intimistas ejercicios de poesía musical.
Foto: Alessandra Freguja
The Space es un buen ejemplo de ello. Hay una poesía estremecedora en la manera en que el veterano Kenny Werner nos introduce en los temas. Sensibilidad es la palabra. Porque Werner da a cada nota su propia personalidad, las elige y las transmite, con la elipsis como instrumento. Hay pocas blue notes pero el blues está presente en su patetismo, casi romántico, y la improvisación es su arma, jazzísticamente hablando. "Fall From Grace" podría ser un buen ejemplo de esto. Rearmonizar standards como "You Must Believe In Spring" y hacer que Michel Legrand suene como una sonata es algo más que acercarse a la Tercera Corriente. Reimaginar a Keith Jarret ("Encore From Tokyo"), aunque parezca más cercano a esta filosofía, también requiere maestría improvisadora, recursos y cerebro, y el resultado es aquí tan interesante como conmovedor.
"Fith Movement" es uno de los tres temas compuestos por Werner para este álbum:
Kenny Werner junto a la estatua de Toots Thielemans (foto de Facebook)
Originario de Nueva York, la carrera de este pianista está ligada a músicos como Joe Lovano o Toots Thielemans, pero Werner no es sólo un intérprete. Sus métodos de Maestría sin esfuerzo están por toda la red y han influido a muchos músicos en ciernes. Este emocionante disco en solitario fue grabado en los estudios Kyberg en Oberhaching para el sello alemán Pirouet, con Jason Seizer como productor y, a la vez, compositor de dos de los temas del álbum.
"Keith Oxman ha aprendido a trabajar con un pie en el presente y otro en el futuro, al tiempo que se inclina fuertemente hacia el futuro", dice Benny Golson. Esta contundente frase del gran tenor de Filadelpia encabeza la nota de prensa que anuncia el nuevo disco de Keith Oxman, un saxofonista que aporta calidad y frescura a un tema que algunos modernos consideran conflictivo: mirar al pasado. Claro que Oxman, como bien dice Golson, no se queda ahí sino que bebe de la tradición para mirar al futuro.
Con este inconformismo musical y la calidez de su manera de frasear, Oxman practica un hardbop elegante, especulativo pero cálido con su cuarteto (Jeff Jenkins al piano, Ken Walker al bajo y Tood Reid a la batería), a los que se une el incombustible David Liebman en los saxos tenor y soprano. Admirador y estudioso, Keith Oxman admite haber repasado, escuchado y transcrito solos de Parker y Coltrane a lo largo de cuatro décadas. De alguna manera (y a otro nivel) hay mucho de Coltrane en las composiciones que Oxman ha grabado en este disco, pero esta inspiración coltraniana no es algo tan banal como unas versiones o unas transcripciones. Tiene que ver más con la inspiración y la personalidad (léase armonías, técnica, fraseo...) y para ello ha contado con una colaboración de lujo en el álbum, la de David Liebman, quien, después de más de 200 discos como líder, últimamente parece hiperactivo y omnipresente, apareciendo en muchas grabaciones que nos llegan. Liebman conoció a Coltrane y fue el punto de partida para dedicarse al jazz. Posteriormente, grabó homenajes personales a Trane como Homage To John Coltrane (Owl Records, 1987), Joy: The Music Of John Coltrane (Import, 2014), o con compañeros de lujo como Joe Lovano: Compassion: The Music Of John Coltrane (Resonance, 2017) o como Wayne Shorter en A Tribute To John Coltrane (Columbia, 1987).
En el disco que nos ocupa, resulta brillante la conjunción de estos dos tenores (Liebman toca también el soprano en algunos temas), un tándem que no surge por casualidad. Ambos beben de Coltrane y de una época (no olvidemos que Liebman tocó con Miles, con Elvin Jones...), por lo que, como el título sugiere, hay destellos de mucha Historia del Jazz en algunos pasajes. Lo atestiguan los solos de "Trane's Pal", una composición de Oxman que alterna un chorus muy hardbop con solos inspirados y elegantes, que recuerdan a la primera época, la más bop, de Coltrane, aunque mi tema favorito es el pegadizo "Shai", también compuesto por Oxman, que lleva esta filosofía al máximo, con un estribillo adictivo, cercano al soul jazz o al funk si prefieren la definición, con una sucesión de solos afinados a la altura de un jazz que sólo parecía posible en la Costa Oeste en una época lejana y que hoy resulta inspiradora.
Glimpses es un buen disco. Dejará satisfechos a los aficionados al jazz, aunque Coltrane es Coltrane y los reflejos son sólo eso, reflejos.
Una noche en un teatro tuve la oportunidad de charlar con uno de esos músicos a los que se les llena la boca cuando pronuncian la palabra J-A-Z-Z, de los que escupen cuando hablan con vehemencia, de esos a los que el entusiasmo musical les hincha la vena del cuello, de los que creen que todos (todos) son enemigos del jazz (conspiracy theories). Pero cuando, en la misma conversación, era yo el que pronunciaba la palabra jazz, que antes parecía maravillosa, de repente sonó maldita y él, ofuscado, negó: "Yo no hago jazz. El jazz es una etiqueta (remarcando con asco la palabra "etiqueta"), si acaso música moderna improvisada".
No es el único al que le he escuchado renegar bien de las raíces negras del jazz o bien de los esquemas de décadas pasadas. El jazz es una música cambiante, de eso no hay duda, donde cabe todo, salvo beber de él y negarlo después. Recopilemos a continuación algunas frases que han quedado para la Historia.
Negación #1
Empezaremos con el siempre polémico (y contradictorio) Nicholas Payton, cuando afirmó que el jazz ha muerto dijo:
No puedo hablar por los demás, pero yo no toco jazz.
Negación #2
El propio Coltrane (véase el apasionado documental Chasing Trane), afirmó:
Yo no toco jazz, interpreto a John Coltrane.
Negación #3:
En una entrevista a El País durante una estancia en España, el multiinstrumentista Yusef Lateef renegó del jazz de la siguiente manera:
Yo no toco jazz, toco música autofisiopsíquica, que es la que brota del ser espiritual, físico y emocional. La palabra jazz es ambigua y carece de significado real.
Negación #4
Todos recordamos la frase inmortal de Nina Simone (y su carácter) cuando dijo:
Yo no hago jazz o soul... lo que yo toco es música clásica negra.
Negación #5
El también airado y bélico Miles Davis, tan cambiante y camaleónico, él que tantas veces defendió que sus fusiones y experimentos eran, por encima de todo, jazz, dijo una vez:
¡Yo no hago jazz, hago música social!
Negación #6 (y no menos contradictoria)
Incluso este que firma, al que se le siguen poniendo los vellos de punta con un buen solo, llegó a escribir hace 10 años en este mismo blog esta afirmación:
XAVI REIJA, The Sound Of The Earth (Moonjune, 2018)
Continuando con su senda especulativa y personal, el baterista Xavi Reija indaga en su nuevo álbum, titulado The Sound Of The Earth, acerca de la Tierra como ser vivo e inspirador. Aunque conceptual, a primera escucha puede parecer un disco abstracto (o incluso "ambiental") pero el expresionismo de las percusiones y, sobre todo, de la guitarra, nos enfrentan a un hecho musical orgánico, latente, vivo, como la Tierra.
Con una libertad creativa a caballo entre lo electrónico y la fuerza del jazz rock, las nueve composiciones del álbum retratan un organismo enorme que respira con la fuerza del mar ("Deep Ocean"), el movimiento lento pero poderoso de la vida ("The Sound Of The Earth I", tema que Dan Burke, en las notas del disco, compara con proyectos electrónico ambientales de David Sylvian) o la conclusión de la suite, "The Sound Of The Earth IV", casi 17 minutos de rock progresivo que va desde la especulación dramática al lirismo y a una tensión que desemboca en una explosión rítmica. Son sólo algunos ejemplos.
Dusan Jevtovic, Markus Reuter,Tony Levin y Xavi Reija
Por momentos, nos vienen buenos recuerdos (salvando las diferencias y sin ánimo de comparar) de la época (digamos, principios de los 70, de la primera encarnación de la orquesta de "Mahavishnu" McLaughlin, Cobbham y compañía) y, en los temas más potentes, reminiscencias de ciertos experimentos de Weather Report, sobre todo por el uso que hacía Joe Zawinul de efectos de guitarra en sus teclados. Son referencias colaterales, quizás subconscientes, pero el significado conceptual del álbum, la fuerza de su fusión en algunos momentos y lo poético de sus temas más líricos me recuerdan esa época de descubrimiento del jazz rock. En el proyecto de Reija las guitarras suenan más viscerales, especialmente por la conjunción de dos guitarristas muy personales en el mismo estudio: por un lado, el alemán Markus Reuter, con su peculiar estilo de fretboard-tapping (hace años registró la marca Touch Guitar) y, por otro, el serbio Dusan Jevtovic, a quien ya habíamos escuchado con Reija en el proyecto XaDu en su álbum Random Abstract (Moonjune, 2016), disfrutando de su interplay rítmico, potente y expresivo. El cuarteto lo cierra el elemento que encaja a la perfección con la filosofía rítmica de Reija: Tony Levin, de quien ya hablamos un día acerca de otro proyecto más cool y más ortodoxo (The Levin Brothers), y que aquí toca todos los tipos de bajo, desde el contrabajo acústico hasta su ya habitual stick.
El tema que cierra el disco ("Take A Walk") sería un buen ejemplo del empleo rítmico del grupo, una buena excusa para definir el liderazgo del percusionista, pero es demasiado claro y evidente. Nos interesa más apreciar el conjunto por su gran complejidad armónica (siempre me fascina pensar en esto cuando el compositor es un percusionista) y rítmica. Reija es un motor fabuloso, complejo, capaz de abstracciones y de grooves igualmente efectivos. Baste oír el potente arranque del disco, con la percusión más dura apoyada en los platos en una dialéctica perfecta con las guitarras, o la manera en que mantiene la tensión en "Lovely Place" o la forma en que arranca "The Sound Of Earth II", con las escobillas y el contrabajo empujando al grupo...
NO FAST FOOD, Settings For Three (Corner Store Jazz, 2018)
Dos semanas atrás hablamos de la formación de Phil HaynesFree Country, con su original revisión del rock y el jazz de los 60. Hoy volvemos a Haynes con No Fast Food, trío que completan Drew Gress al contrabajo y David Liebman en los vientos, y que desarrolla un jazz libre, de estructuras cambiantes. La experiencia acumulada en sus discos anteriores produce un sonido orgánico y fluido.
Pero, al contrario que en sus disco anteriores, este Settings For Three no ha sido grabado en directo; a pesar de lo cual, hay una intensidad patente en los temas. Escuchen:
Pulsen play. En la intro, un Liebman muy especulativo en la flauta de madera da paso a un breve diálogo con el contrabajo, diálogo que se rompe cuando Haynes arremete con fuerza y con ese ritmo desestructurado que, de alguna manera, tiene sentido. Y el saxo. Un comienzo muy energético y eléctrico que es la línea fundamental de álbum, aunque el siguiente tema del setlist ("Joy") se caracterice más por su poesía atmosférica. Aquí Liebman muestra una cantidad fascinante de recursos. En general, los tres músicos lo hacen pero la capacidad de Liebman en la flauta o en el saxo para mostrar belleza, lírica o melódica, y al momento siguiente deshacerse en pasajes atonales, rotos, aparentemente sin sentido pero orgánicos, es fantástica. "String Theory" ofrece también una balada emotiva pero más nocturna y conmovedora.
"Blue Dop" tiene un groove de contrabajo de esos que hacen que se muevan los pies. Blues con fuerza y ritmo, un campo abierto para la libertad expresiva, como en "Whack Whap", que comienza de repente, sin intro, como si llegáramos tarde, a mitad del tema, un perfecto desorden donde cada músico se explaya a su manera, con humor, y con recursos y más recursos. Humor hay también en el título "Longer Shorter", homenaje al saxofonista con un contrafact de su tema "Pinocchio". El álbum termina con "Shramba", una vuelta de tuerca a la samba con un Haynes hiperactivo, reconstruyendo y reinventando (con la complicidad de Gress) el ritmo salvaje de la samba hacia algo cerebral y más complicado de lo que pueda parecer a la primera escucha. Por encima, un Liebman con toda la libertad del mundo para inventar.
No Fast Food son: Phil Haynes, batería David Liebman, saxo tenor & soprano, flauta de madera Drew Gress, contrabajo
MIGUEL ZENÓN, Yo Soy La Tradición (Miel Music, 2018)
Lo cierto es que hemos escuchado recientemente tantos proyectos cercanos a la Tercera Vía (o partiendo de la música "culta" o con formaciones de "clásica") que ya casi no consiguen excitar nuestra curiosidad, pero también es cierto que Miguel Zenón es un músico que siempre sorprende. Único, inquieto, aventurero, ha traspasado tantas fronteras que no hay etiquetas para describirlo. En su nuevo trabajo, se acompaña de un cuarteto de cuerda.
Foto: Jimmy Katz
Inspirado en temas tradicionales portorriqueños, en este disco, grabado en Chicago en 2017 y que aparecerá en septiembre 2018, Zenón se toma unas vacaciones de su propio cuarteto para mostrarnos una faceta más emocional y familiar de su música. Acompañado, como hemos dicho, de un cuarteto de cuerda llamado Spektral Quartet (Clara Lyon y Maeve Feinberg en los violines, Doyle Armbrust a la viola y Russell Rolen en el violonchelo), el saxo alto de Zenón adquiere tonalidades y colores inesperados, a veces dramático, a veces enraizado en el folk y por momentos lírico hasta lo cinematográfico; todo ello para mostrarnos, con su prisma personal, cómo es la música (y el sentimiento) en su Puerto Rico natal.
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Como se puede escuchar, Zenón, ese caso atípico de músico latino, se adentra con valentía en formas musicales ajenas y sublima su propia esencia musical hasta un punto en que el jazz se pierde de vista. Las cuerdas confunden a la primera escucha, pero las melodías, composiciones de Zenón sobre temas populares, religiosos o bailables, absorben a su vez las armonías y la reinterpretación del músico de jazz, entendido aquí como una personalidad a través de la cual fluye toda la cuestión.
Incluso así, resulta, difícil reseñar este disco como jazz, quizás porque ese don que tanto apreciamos de Zenón (traducir los fraseos parkerianos a su propio lenguaje personal) se convierte aquí en un esfuerzo por transportar esta filosofía musical a las cuerdas, con la dificultad añadida de hacerlo sobre temas ya existentes y ajenos a la tradición jazzística. Yo Soy La Tradición es una colección de canciones portorriqueñas cargadas de nostalgia por las propias raíces, un experimento entendido desde el corazón en el que no solo experimenta con armonías y con instrumentos nuevos, sino que demuestra, como lleva demostrando desde Jíbaro (2005), el primer álbum que le escuché, hasta Típico (2017) o en su dilatado proyecto Caravana Cultural, que Nueva York no le ha alejado de las raíces.
Un disco recomendable, tanto por lo musical como por la intención. Aunque alejado del canon jazzístico, se puede afirmar, con esa laxitud que define Nueva Orleáns y que flexibiliza el sentimiento de todo aficionado, que todo puede ser jazz si se lleva en el alma (y en el instrumento) y que todo se puede traducir al jazz, incluso la nostalgia. Y Zenón lo ha hecho en este disco.
Verano. Los días más largos, la disminución de las obligaciones y la influencia del buen tiempo (climático) en el organismo fomentan la creatividad. Es por eso que en este agosto de cálida laxitud me ha parecido oportuno traer hasta el blog el esfuerzo de unos jóvenes músicos y el de una escuela (Sedajazz) para poner adjetivo de futuro al jazz español: un nuevo álbum con los cachorros de la escuela y mucho, mucho swing.
Bajo la dirección del multiinstrumentista, arreglista y educador Francisco Blanco "Latino", Sedajazz presenta esta nueva hornada de músicos (muy) jóvenes, que no debe sorprender porque es una continuación de la que nos llegó en 2016 en el disco Sedajazz Kids Band, con otras tantas promesas armando buenos números de jazz.
Muchos de los chicos del disco dominan varios instrumentos (algo que a los no-músicos nos sorprende pero que es algo habitual en las escuelas de música y conservatorios) y cantan, lo que no deja de ser utilizar un instrumento más. Hay voces más infantiles, como las de Aurora Blanco y Maya Sambeat (sí, son apellidos jazzísticos) y otras más maduras como la de Amin El Manchoud, de 14 años, pero todas muestran ganas de hacerlo con alma. Y esto se siente. Hay que escucharlo.
Por ejemplo, en "Ain't What You Do (It's the Way That You Do It)" de Sy Oliver y James "Trummy" Young con arreglos de Jimmie Lunceford. Canta el baterista, Ximo Reillo de 6 años:
Como dice la canción: "No es como lo haces (sino la forma en que lo hagas)". El jazz es una senda diferente. No basta con aprender música sino que hay que sentirla antes y vivirla en el momento. Marta Ramón lo explica en las notas del disco:
Se atrevieron a jugar con una música que los desafiaba más allá de cómo abrazar con las manos sus instrumentos. Se atrevieron a jugar con una música que les enseñaría a caminar de una forma distinta y a vivir el desconcierto de la libertad.
El álbum comienza con el instrumental "Undecided" de Charlie Shavers y, en general, todo es jazz clásico, del que hay obligatoriamente que beber, tanto los músicos como los aficionados, antes de forjar cada uno su propia personalidad. Me parece un acierto. Hacer que unas mentes tan jóvenes tocaran jazz moderno habría sido un error. De hecho funciona. Hay swing y pasajes muy bien tocados. Suele ocurrir que los tempi en las orquestas infantiles suelen ser más lentos. Por necesidad. Esto, para los cantantes, puede ser un castigo (la maravillosa Sofia Escobar me habló una vez de esto en Sevilla a propósito de una experiencia suya con una orquesta joven de Irlanda) pero no sé si son los arreglos o la batuta de Latino, o el swing que corre por las venas de los niños de Sedaví, que todos los temas rezuman ese aire que te hace mover los pies en el buen jazz.
Y, además, ¡improvisan! Bien, es cierto que no podemos esperar grandes improvisación ni voces muy personales en músicos jóvenes que van desde los 6 a los 17 años, aunque presumo que muchos de ellos llevan toda la vida aprendiendo, pero supongo que no es la improvisación el objetivo de este disco sino afirmar y motivar a esa cantera de Sedajazz que promete futuros buenos músicos. Que haya más generaciones. Porque esto es científico y no es sólo teoría: si existen los elementos necesarios, se produce un Big Bang y, a partir de ahí, todo fluye, un Universo propio (aquí, en forma de Big Band), con voces propias y energía para funcionar por sí mismo. Habría que remitirse a las raíces, pero lo cierto es que existe desde hace décadas una veta inagotable de músicos (sobre todo de jazz) que es el Mediterráneo (y la Comunidad Valenciana en particular y Sedaví como centro en importancia).
En el Festival Internacional de Saxofón y Jazz Villa de Teror
Es probable que alguno de estos chicos acabe siendo una rising star o una personalidad longeva en el mundo del jazz, pero no es necesario que revolucionen el panorama jazzístico español para que tengan sentido los esfuerzos docentes de los profesionales de Sedajazz: bastará con que alguno de ellos crezca siendo un músico creativo, honrado con sus motivaciones o que dignifique eso que hace que el jazz sea una música única.
Los músicos: Juanito Saus, saxo alto y voz en track 8 (16 años) Roque García, saxo tenor (14 años) Xavi Maldonado, clarinete, clarinete bajo (13 años) Carlos Pérez, trompeta (17 años) Alvaro Pérez, trombón (14 años) Angela Blanco, flauta, saxo alto en track 9 y voz en 8. (14 años) Aurora Blanco, saxo soprano y voz en track 3 y 7. (11 años) Maya Sambeat, voz en tracks 2 y 6 (13 años) Antonio Champín, batería (16 años) Hugo Barrio, batería en tracks 2 y 3 (16 años) Mika Giménez, piano, melódica y voz en track 8 (14 años) Ximo Reillo, voz en track 9 y batería 4 y 7 (6 años) Amin El Manchoud, piano en tracks 3, 4, 5, 9 y voz en 4 y 8 (16 años) Nur El Manchoud, voz en track 2, trompeta y piano en 8 (12 años), José Reillo, washboard Francisco Blanco "Latino", contrabajo y dirección
PETER NELSON, Ash, Dust and the Chalkboard Cinema (Outside in Music, 2018)
Con una intro emotiva en la que escuchamos trombón, un misterioso vibráfono y la voz sin palabras de Alexa Barchini, comienza el nuevo álbum de Peter Nelson, un trombonista afincado en Nueva York que trata de contar una historia en sus composiciones, una trama de superación, como en las buenas películas. Y lo hace a trío, cuarteto y septeto en un disco que se escucha con facilidad y se entiende con emoción.
Gusta descubrir un instrumentista así, con ese fraseo muy rápido y ágil, complicado en un instrumento como el trombón, elocuente, con un gran sentido del swing moderno y un don natural para la expresividad sin estridencias. Peter Nelson muestra una tendencia orgánica a atemperar los ritmos y centrarse en un tono melancólico, muy en la línea mainstream actual. En algunos momentos, el combo suena armónicamente como una pequeña big band moderna. "Behind My Kind Eyes (Thank You) podría ser un buen ejemplo, aunque no el único en el álbum, para evidenciar el vínculo de la música de Nelson con la tradición del jazz de Nueva York, sin que por ello deje de parecer moderno, original. Este es, quizás, el tema más vital y estimulante del disco, en especial en sus solos.
Natural de Lansing (Michigan), Nelson reside en Brooklyn, donde ha compartido escenario con luminarias como Orrin Evans o el baterista Matt Wilson, Este no es su primer álbum como líder. Su disco anterior se puede escuchar en spotify y en su web, pero sirva como referencia que ha tocado y grabado con muchos músicos (Verve Pipe, Rodney Whitaker, The Captain Black Big Band, Jamie Cullum, The Hudson Horns, Marianne Solivan, Dan Pugach...). Sin embargo, la verdadera historia de este músico comienza cuando, viendo cumplido su sueño de compartir escenario con los grandes de los clubs neoyorquinos, empieza a sufrir distintas patologías que afectan a los músicos, como hiperventilación crónica, dificultad para respirar hondo, dolor en los brazos y lumbalgia. Incluso un acusado signo de Chvostek; herencia de malas posturas y hábitos heredados de sus maestros. Porque enseñar música no es sólo enseñar a tocar. Una educación postural, respiratoria y técnica le habrían evitado todos estos males. Tras pasar por médicos y fisioterapeutas, parece que su expresividad vuelve a estar en forma y lo demuesta grabando este disco basado en sus experiencias personales.
Ahí está su personal forma de componer, ese jazz fácil de escuchar pero intenso rítmicamente, con interludios dramáticos que tienen hacia lo atonal o muy cinematográficos, como "Cyclical Maze (Round and Round We Go)", un emotivo tema a tempo medio que termina con un diálogo lleno de matices que el trombón mantiene al final del tema con la trompeta (Josh Lawrence), el saxo alto (Haily Niswanger) y el uno de mis instrumentos favoritos, el clarinete bajo (Yuma Uesaka), que aquí convierten el cuarteto en septeto. Su expresividad es más patente en los tiempos lentos (siempre lo más complicados). En el precioso "Peace, a Moment (You're Enough)", Nelson lleva el peso de la melodía acompañado solo por el contrabajo (Raviv Markovitz), con el sutil y casi etéreo apoyo de la percusión (Itay Morchi)
Dentro de este trío-cuarteto-septeto multinacional y multicultural formado en Nueva York, merece una mención especial para la participación del pianista Willerm Delisfort, que suena brutal en "State of Fear (That Lonely Nightmare)" con un swing demoledor, y de la vibrafonista Nikara Warren, nieta de Kenny Barron.
Como si de una película se tratara, las composiciones, con un gran sentido dramático, van descomponiendo y regenerando su jazz con sus argumentos armónicos y rítmicos de una manera narrativa, que comunica emocionalmente con el oyente...
...hasta un final que no deberíamos desvelar para no hacer spoiler (los títulos de los temas actúan a modo de subtítulos, con elocuentes nombres que narran la evolución del estado de ánimo que acompaña a la enfermedad), pero como esto es una crítica y no es cine, hay que decir que, como toda patología, el setlist tiene episodios de crisis, tensos como una pesadilla, y el hecho de que el desenlace nos devuelva al principio del álbum no deja de ser uno de esos finales abiertos y con incógnita. Vuelve el trío del principio: trombón, vibráfono y voz sin palabras. El título (algo así como "el final es una oración desperdiciada") deja una sensación amarga.