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JAZZ DE LIBRO

ACORDES Y DESACUERDOS (XXVIII)

En esta sección ya veterana (esta es la vigésimo octava entrega) que llamo Acuerdos y desacuerdos, me gusta recopilar pensamientos, opiniones y fragmentos de libros o películas o entrevistas en los que el jazz es adorado, vilipendiado o, simplemente, utilizado. Pero son más interesantes, de eso no hay duda, aquellos fragmentos en que los personajes (ya sean ficticios o reales) opinan que el jazz es algo dañino o inútil. También aquellos en que el jazz se mezcla con los sentimientos y se vuelve algo vivo. Van ahí unos cuantos fragmentos:


I. 
Ignatius J. Reilly, el reaccionario (y delirante) protagonista de La conjura de los necios (obra única y postrera de John Kennedy Toole) vive en Nueva Orleáns y tenía, por supuesto, que apostillar su "propia" opinión sobre el jazz:

Yo, en mi inocencia, sospeché que la raíz de la apatía que había observado entre los obreros era aquel jazz indecoroso que emitían los altavoces estridentes de las paredes. La psique bombardeada por esos ritmos no puede aguantar mucho tiempo, y se descompone y atrofia.




II.
Pero, si hay alguien capaz de irritar más al lector que Ignatius, ése es Boris Vian con su irreverente Escupiré sobre vuestra tumba (J'irai cracher sur vos tombes) de 1946. En una escena en la que Lee charla con Lou sin que ella sepa que él tiene parte de sangre negra, él defiende el origen negro del jazz, mientras que Lou defiende que las buenas orquestas son de blancos:

—No lo creo. Todas las grandes orquestas son de blancos.
—Claro, los blancos están en mejor posición para explotar los descubrimientos de los negros.
—No creo que tengas razón. Todos los grandes compositores son blancos.
—Duke Ellington, por ejemplo.
—No, Gershwin, Kern y todos esos.
—Todos europeos emigrados —le aseguré—. Son los peores explotadores. No creo que en todo Gershwin se pueda encontrar un solo pasaje original, que no haya sido copiado, plagiado o reproducido. Te desafío a que encuentres uno solo en toda la Rhapsody in Blue...
—Eres extraño —respondió—. Detesto a los negros.



III.
El jazz está presente, de una manera inexorable (¿orgánica?) en cualquier relato de Ami Baraka. En el relato "The Screamers", incluido en su libro Tales, publicado en 1967 aún bajo su nombre de nacimiento (Leroi Jones), aparece este fragmento, que nos recuerda que Baraka/Jones, influenciado desde pequeño por el jazz, quería ser como Miles Davis. 
Adelantó un pie y agitó una mano. La otra colgaba descuidadamente de su trompeta. Y sus turbantes se agitaron entre aquellas sombras. El de Lynn más apretado, más ordenado y brillante, de hermoso amarillo incrustado en piedra verde. También verdes aquellos pedruscos brillantes que bailaban en sus meñiques. A-boomp, bahba bahba, A-boomp, bahba bahba, A-boomp, bahba bahba, A-boomp, bahba bahba, los turbantes se mecían tras él. Y sonrió, antes de levantar la trompeta, a Deen o a Becky, que estaba borracha, y nosotros buscamos en la oscuridad a las chicas.


IV.
En el comic Hate Jazz, de Jorge González & Horacio Altuna, hay una descripción ciertamente dura de un combo de jazz tocando en un club. Todos hemos asistido alguna vez a un concierto en el que ha habido músicos así:
En el Dolphins comenzó a sonar "What's News"... Cuando fue su turno, el solo de Chester fue imaginativo y muy sensual, como siempre. Hacía tiempo que iba gente al Dolphins a escucharlo solamente a él... Peor eso él no lo sabía. Cuando tocba desaparecía del mundo... y quedaban sólo él y su alma. Cecil, en cambio, era superficial y, cuando hacía un solo bueno, no era de él... porque no tenía demasiado que decir sobre sí mismo, o no quería. Entonces, plagiaba. McCoy Tyner. 
Luego hay una descripción que nos introduce en la parte humana: una mujer, quizás un triángulo.
Miles Davis decía que lo más fuerte que había experimentado (con la ropa puesta) fue cuando escuchó por primera vez a Gillespie y Parker, en St. Louis. A los hermanos Gayle, que completaban el cuarteto, lo más fuerte que les había pasado era haber conocido a Velma. Y si, musicalmente, sonaban conjuntados, como un metrónomo, sus almas estaban en disonancia, competían... por Velma. Y ella lo sabía. A lo mejor por eso también, la atmósfera de la música que hacía el cuarteto era densa, excitante y dramática. 


V.
En el cuento The Blues I'm Playing de Langston Hughes, la joven pianista Oceola y su vieja mecenas tienen objetivos distintos, objetivos que chocan cuando ella se enamora y su mecenas le aconseja que no se case o será como echar a perder su carrera musical. En ese momento, las manos de Oceola dejan caer sobre el piano de cola unas notas de blues:
Y sus dedos comenzaron a deambular lentamente arriba y abajo del teclado, flotando sobre la suave y perezosa síncopa de un blues negro, un blues que se hundía y se transformaba en un jazz juguetón, y luego en un ritmo palpitante que sacudió los lirios de las vasijas persas de la sala de música de Mrs. Ellsworth. Más fuerte que la voz de la mujer blanca que gritaba que Oceola estaba desertando de la belleza, desertado de su verdadero yo, desertando de su esperanza en la vida, la marea de salvaje síncopa llenó la casa, y luego se hundió en el lento y cantarín blues con el que había comenzado. [...] Qué triste y alegre es. Triste y feliz, riendo y llorando... Qué blanco como usted y qué negro como yo... Como un hombre... Y como una mujer... Cálido como la boca de Pete... Así es el blues... que estoy tocando.




HISTORIAS DE LA NOCHE (A TODO COLOR)

Jorge González & Horacio Altuna, Hate Jazz (Sinsentido)

La noche. La Nueva York previa al 11-S. El odio. Así comienza Hate jazz, el cómic de Jorge González y Horacio Altuna que demuestra gráficamente que del peor odio puede surgir el mejor jazz, algo que los mal pagados músicos de los años 40, que tocaban en clubs de lujo donde sólo podían entrar los blancos, sabían muy bien.

Gran formato, espectaculares y heterodoxos dibujos que van desde el más simple bosquejo a lápiz hasta el colorismo más efectista, referencias y más referencias a músicos y standards, un guión amargo y lleno de cicatrices, las palabras justas, el mensaje exacto y varias historias entrelazadas dan vida a Hate jazz...

La de Clarence T comienza cuando, empujado por el mono, irrumpe en el club Dolphins para pedir los atrasos necesarios para chutarse y termina de forma fatal. En el Dolphins toca un cuarteto formado por Nat y Emmet Gayle, dos hermanos enamorados de la misma mujer; por Cecil, un pianista ambicioso pero mediocre, que quiere triunfar plagiando descaradamente solos de McCoy Tyner, Hank Jones... y, por último, está Chester, al saxo, un músico privilegiado que tiene el don de evadirse mientras toca. Su historia es la más compleja y la más dramática. Chester libera su asco existencial oyendo a Sonny Rollins en el taxi que conduce y tocando por las noches en el Dolphins. Una serie de casualidades y unos pijos snobs enredan una trama (que podría haber escrito Paul Auster) cuando le pagan para que toque jazz mientras tienen una sesión de sexo y drogas. Chester acepta, pero se evade, desvaneciéndose en su propia música, cada vez más abstracta y pura, construyendo maravillas a partir de It’s easy to remember, Too young to go steady, All or nothing at all... y de los compases de su propio odio. Dos asesinatos ponen punto y final a este clímax.

Porque todas las historias de este volumen tienen un final trágico, como la ciudad, esa Nueva York que acabará abatida por el terrorismo islámico, y demuestran, como lo hacen los personajes con su música, que hay mucha buena música nacida del peor odio. 

Hate jazz es la segunda colaboración, tras Hard story, de Jorge González con Horacio Altuna, ese dibujante argentino autor de Ficcionario, ese dibujante que trabajó para la edición argentina de Playboy, uno de los pocos cuyas mujeres hacen sombra a las de Milo Manara, el primer extranjero galardonado con el Gran Premio en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona (2004)... y que aquí ejerce sólo de guionista para los dibujos de Jorge González ya que, como dijo en una entrevista en el blog Comic Peru, tiene "más ideas que tiempo para dibujarlas". Así pues, un dibujante que ejerce de guionista para otro dibujante. Eso se llama confianza. 

Hate jazz es un descubrimiento que encontré hace tiempo en Lenoir.es (sí, esa tienda que sólo tiene libros sobre música) y que me resistía a comprar porque hace tiempo que sólo encuentro cómics estereotipados y superficiales. Esta historia, sin embargo, confieso que me sigue rondando la cabeza pidiéndome una relectura que, de momento, guardo para otro momento más sosegado, quizás una tarde de lluvia, en ese momento en que comienza a hacerse de noche y apetece algo amargo para beber. Pero, para eso, habrá que esperar al otoño.

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Las imágenes son del cómic. Hay más imágenes y algunos bocetos en b/n y color en la página de Jorge González: www.jorge-g.com