Sus anteriores discos como líder son casi todos híbridos a caballo entre el pop y el jazz, algo experimentales, con algún alto insustancial en ese desierto pasional que es el ambient (o el chill-out, como lo quieran ustedes llamar), discos de los que se escuchan por un oído y salen por el otro, por mucho que esto parezca difícil en estéreo... Pero esta semana, por fin, he encontrado un álbum suyo con el que he podido conectar, un álbum de jazz.
Neighbourhood (ECM, 2005) es jazz moderno sin abandonar las raíces. A lo largo de sus diez temas, Manú Katché cumple como baterista sin aventurarse en historias raras, marcando un aire que sirve de perfecto colchón rítmico a los solistas Jan Garbarek (con cuyo trío dio los primeros pasos en el jazz en 1989) y Tomasz Stanko, un trompetista al que es la primera vez que escucho y que confieso alegrarme de haber conocido. Marcin Wasilewski (piano) y Slawomir Kurbiewicz (contrabajo) se ocupan de recordarnos que Manú Katché es un músico de jazz, amén de compositor de todos los temas que aparecen en el disco.
Destaca, sobre todo, Lovely walk, una melodía terriblemente contenida que tan pronto se detiene como explota con un piano impaciente y una trompeta rebelde, capaz de saltar del lirismo inspirado a notas disonantes al estilo de MilesDavis, mientras Manú Katché roza el free sin desmañarse definitivamente, haciéndonos intuir, solamente intuir, el roto de la melodía.
El disco contiene otros momentos fantásticos, como los del piano en Take off and land y en Miles away, donde la trompeta improvisa unas escalas rozando ese límite que hace de ella el instrumento salvaje y rebelde que lo convierte en mi preferido, un momento que suena como un breve homenaje al Miles desmadrado de los 70. El resto son buenos músicos, muchas baladas, tiempos medios, modern jazz, aire cool, resonancias hard bop y mucho, mucho lirismo sincopado. Por primera vez encuentro a un Manú Katché que pasa de abstracciones. Su quinteto configura un álbum con diez composiciones originales que suenan a Miles Davis, a Keith Jarret, con una elegancia que ya le conocíamos y un lirismo inesperado.
Ahora tengo que atreverme con su último disco, Playground.