Lo han definido como ecléctico y canalla, bohemio y espectacular, imprevisible improvisador y con muchos más adjetivos que encajan con la definición que me gusta del jazz, pero Boris Vian fue un artista (poeta, novelista, músico) que supo venderse tan bien que es muy común confundir autor y personaje. En el ensayo que acabo de leer, Jean Clouzet recurre a términos médicos para definir la personalidad de Boris Vian. “La psiquiatría, al esquematizar en extremo, nos enseña tres tipos principales de estructuras caracteriológicas: las obsesivas, las esquizoides y las histéricas”, escribe, y sitúa al escritor, sin titubear, en la tercera de estas tipologías. Boris Vian fue un bohemio, pero no por histeria o por accidente: Boris Vian fue un actor de la bohemia, un fingidor con las aptitudes necesarias para llamar la atención allá donde fuera, y encontró en la noche de París y en el jazz el método para expresar su espíritu singular.
Dicen que tocaba la trompeta al límite de la pasión, algo que le habían prohibido desde la adolescencia porque arrastraba una insuficiencia crónica pulmonar.
Cuando veo esa foto de Cortázar, perdido en su París desordenado y lleno de eternos estudiantes anclados en la displicencia, agarrado a una vieja trompeta que jamás aprendió a tocar, no puedo evitar pensar que intentaba imitar inútilmente a Boris Vian, un escritor que, como él, hizo de la escritura un camino que se salía de lo marcado, que construyó una prosa llena de improvisaciones que se reinventaba continuamente a sí misma con un inacabable diccionario de palabras con nuevos sentidos (conductor de pimienta, rasca-menú de los trópicos) y nuevos nombres para cosas de lo más trivial (bailar es, por ejemplo, la producción de interferencias por parte de dos elementos animados con un movimiento oscilatorio rigurosamente sincrónico), prosa imprevisible pero no ilógica sino (prefiero esta definición) inhabitual, un don que lo define más como amante de la improvisación que sus diez años de crónicas en Jazz Hot.
Cuando veo esa foto de Cortázar, perdido en su París desordenado y lleno de eternos estudiantes anclados en la displicencia, agarrado a una vieja trompeta que jamás aprendió a tocar, no puedo evitar pensar que intentaba imitar inútilmente a Boris Vian, un escritor que, como él, hizo de la escritura un camino que se salía de lo marcado, que construyó una prosa llena de improvisaciones que se reinventaba continuamente a sí misma con un inacabable diccionario de palabras con nuevos sentidos (conductor de pimienta, rasca-menú de los trópicos) y nuevos nombres para cosas de lo más trivial (bailar es, por ejemplo, la producción de interferencias por parte de dos elementos animados con un movimiento oscilatorio rigurosamente sincrónico), prosa imprevisible pero no ilógica sino (prefiero esta definición) inhabitual, un don que lo define más como amante de la improvisación que sus diez años de crónicas en Jazz Hot.
Como músico, Boris Vian no pasó de cierta pose. La música fue un medio más para sus poemas, convertidos en canciones. Más abajo elegiré uno de mis favoritos para ilustrar este tema. Sus letras siguen sorprendiendo a pesar del paso del tiempo. La prueba es el disco de Andy Changó, nada jazzístico (las canciones de Vian no lo eran), en el que recrea, actualizando el lenguaje y los guiños, poemas/canciones como Complainte du progrès, Le déserteur, J'suis snob o Ah! si j'avais un franc cinquante.
Pero abrí este blog para hablar de jazz. Aunque, como músico, no destacó en absoluto, su pasión adolescente (dicen que como reacción a la prohibición de la música negra) se materializó a los 18 años con su primera banda de jazz. Más tarde, en la orquesta de su amigo el clarinetista Claude Abadie, con la que penetró en el barrio de Saint-Germain-des-Près, donde se rodeó de la intelectualidad nocturna del momento (Camus, Sartre...) en las cavas del Tabú y en el Club Saint Germain. Sin embargo, la cima de la modernidad estaba muy lejos de la del jazz. Jamás llegó a triunfar como trompetista y su única incursión “profesional” en el jazz fue a través de sus reseñas en la revista francesa Jazz Hot. Quizás provocador, quizás realista, solía referirse a sí mismo con el orgulloso título de músico amateur.
He compuesto para ti
Un vals así
Que nadie cantará
He querido que haya
De comer y de beber
En mi vals y está aquí
El resultado
Un vals en forma de silla
Sin posar en el suelo
Un vals con forma de fresa
Que se come con los dedos
Un vals con escamas
Como un pececillo
Un vals para las aves
Y para los embutidos
Un vals en madera de las islas, un vals de hilo de hilo
Un vals para afilar los romos cuchillos
Un vals en piel de anchoa
Un vals en pasta de oca
Vayamos al bosque, cantemos
Un vals sólido y espeso
Para construir una mansión
Un vals para hacer un pozo
En cualquier estación
Ya me he dado cuenta
Que mi torcido vals
No te rendía homenaje
Y he hecho enseguida
Un bonito cuplé
Para celebrar mi vida
Y helo aquí
Un vals en forma de endivia
Como tus ojazos azules
Un vals de larga cola y furtiva
Para llorar los dos
Un vals en forma de cabra
Tumbémonos en el prado
Pronto, déjame tus labios
Sí, te los devolveré
Ven, te daré mi corazoncito
Bailemos el vals sin parar hasta el amanecer
Sobre el puente de un buque tú y yo valseamos
Un buque con corderos que va a Santiago
Un vals tierno y sutil
Igual que tú y yo
Oh, qué fácil es la vida
Cuando estoy en tus brazos...