La Sevilla de principios de los 70 en la que vivió Antonio Torres Olivera era una ciudad muy tradicional y tradicionalmente poco abierta a la cultura que llegaba de fuera. Pasarían muchos años antes de que se pudieran ver allí grandes conciertos de rock (los 80) y el jazz era, para una minoría, una religión desconocida para el resto. Torres Olivera pertenecía a un grupo de amigos que se hicieron llamar Colectivo Free Way y que hacía radio en la emisora La Voz del Guadalquivir. Por un giro del destino, el Colectivo terminó organizando las primeras ediciones del Festival de Jazz de Sevilla. Su aventura ha quedado reflejada en un exhaustivo libro titulado Jazz en Sevilla 1970-1995 Ensoñaciones de una época y publicado por la Diputación de Sevilla en 2015.
Tuve la suerte de coincidir con Torres Olivera a principios de verano en una conferencia, presentando nuestros libros, durante la celebración del X aniversario del programa de radio Jazz en el Aire, y tuvo la deferencia de regalarme un ejemplar que, tengo que decirlo, tiene una lectura amena a pesar de su complejidad. El verano me ha permitido leer por fin este merecido homenaje en toda su extensión pero ahora veo que va a ser difícil reflejar en una simple reseña la exuberancia de datos, fotos y carteles de Jazz en Sevilla.
El tono nostálgico del libro se contagia. Nos remite a una época (los años previos a la Transición) y a una edad (la juventud) en que todo parecía posible, incluso traer buen jazz a Sevilla o implicar a las instituciones (el Ministerio de Cultura apareció en 1977, convirtiéndose en un eslabón fundamental de la regeneración social) o que el público inmovilista y tradicional (que sigue siendo en su mayoría el) andaluz acudiera en masa a los conciertos, comenzando por las Jornadas de Jazz (1979-1983) hasta llegar al Festival Internacional de Jazz de Sevilla, que comenzó en el 80 con invitados como Stéphane Grappelli o el trío Hank Jones / Ray Brown / Roy Haynes. Lo que se dice comenzar fuerte... Este festival duró hasta 1984, para luego, en una segunda época, depender de la Fundación Luis Cernuda (dependiente de la Diputación de Sevilla), confirmándose la institucionalización del festival (lo que ahora llamaríamos politización). Este impulso, como no podía ser de otra manera, es un arma de doble filo porque cuando las instituciones (o los políticos que las manejan) dejan de interesarse o de promocionar el asunto, el asunto desaparece. Esta opinión no deja de ser un breve y superficial análisis de lo que realmente ocurrió, pero no es el único festival que ha desaparecido en los últimos años por culpa del desinterés de las mismas instituciones que hicieron posible su nacimiento.
Cartel de Manolo Cuervo |
El libro habla de otros ciclos no menos importantes: Jazz en la Provincia, Rising Stars, Jazz en el Teatro Central... en los que ha estado involucrado el autor y que han contribuido durante estas décadas a asentar el gusto por el buen jazz no sólo en Sevilla sino en toda Andalucía. Pero habla, sobre todo, de ilusión, de cómo unos aficionados al jazz (esos que compran, asisten, siguen y, sobre todo, escuchan) se convierten en el impulso lógico y entusiasta capaz de hacer nacer un festival. A todos los que tenemos que viajar para escuchar jazz en vivo nos gustaría tener un club de jazz (como al prota de La La Land en la ficción) o verse en el meollo de plantar la semilla de un festival (como a Antonio Torres Olivera en el mundo real). Y, ciertamente, la historia nos da envidia.
El número de músicos que tocaron en Sevilla en esa época haría de esta reseña una lista intolerablemente larga, de manera que citaré los nombres de los verdaderos protagonistas: Antonio Lora, Jorge Narbona, Antonio Mateos, Miguel Ángel González, Ángel del Valle y Antonio Torres, los seis estudiantes que formaron el Colectivo de Divulgación Cultural Jazz Freeway para cambiar la historia cultural de Sevilla.
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