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Durante casi diez años, Boris Vian envió a la revista francesa Jazz Hot crónicas en las que hablaba incluso de jazz. En un medio en el que se supone que se debe hablar sólo de jazz, él escribía sobre cualquier cosa, preconizando que no se debía entender la música en sentido absoluto sino en relación a la época. Sus primeras críticas en Jazz Hot eran revisiones de artículos americanos aparecidos en revistas especializadas; después, fue dejando salir su estilo, aprovechando cualquier tema para escribir, tuviera o no relación con el jazz, pero siempre postulando la idea de que la crítica de jazz debía ser imparcial y atendiendo siempre a la música en sí.
El jazz está patente en casi todas sus obras de ficción, marcando el tono oscuro en escenas que sin música quedarían artificiales y almibaradas. Según el análisis de Jean Clouzet en su estudio sobre Boris Vian, el escritor usa el jazz de una forma específica en cada una de sus obras: en Vercoquin y el pláncton, el jazz en estado puro hace vivir a unos personajes que son incapaces de bailar, beber o follar sin música, mientras que en La espuma de los días el jazz ilustra de forma sutil el deseo de que las dos únicas cosas que hay en la vida (las mujeres y el jazz) sean sensuales e inexplicables (“Hay solamente dos cosas: cualquier forma de amor con bellas muchachas y la música de New Orleans y de Duke Ellington”).
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En el mismo artículo, llega a divagar sobre el supuesto experimento en el que “un perrito de pocos días” es sometido de forma regular a la audición de lo que llama “grabaciones de esta música de salvajes”. El resultado parece ser de necrosis y degeneración grasa de ciertas partes del organismo, por lo que añade un rebelde: “Existe un gran peligro al dejar a sus hijos escuchar la radio” (naturalmente, se refiere a una época en la que el jazz sonaba por la radio) Por eso os digo: padres, desconfiad del jazz”. Termina relacionando el jazz con los problemas que hacen flaquear la “armadura de la sociedad actual” y proclamando, histriónico: “Por ello es por lo que decimos a la Administración: ¡Cuidado! Hay peligro. Suprimid el jazz y habréis matado en el mismo huevo todos los gérmenes de la rebelión social que engendrarán a corto o largo plazo la guerra atómica.”. (Jazz Hot, noviembre de 1949).