Otra vez Damien Chazelle y el jazz
Sin haber cumplido aún los 30
años, Damien Chazelle apunta ya muy buenas maneras como director de actores,
como demuestra en su cinta Whiplash,
todo un ejercicio de interpretación, un drama de superación que enfrenta a dos
actores de manera magistral; uno (J.K. SImmons), con experiencia y quizás un
poco encasillado en su papel de militar-instructor-sin-piedad, y otro (Miles Teller),
joven, prometedor, capaz de encarnar la ambición y la introspección de igual
manera. Pero lo que nos atre de Damien Chazelle es la sensibilidad con que se acerca al jazz.
Si en su primera película, Guy y Madeline en un banco del parque (2009), de la que ya hablamos un día en el blog, el
jazz era el lenguaje en el que se expresaba el protagonista (¡qué magnífico y
atípico final!), en Whiplash el jazz
encarna la perfección, y el protagonista ambiciona esa perfección.
El primer elemento que nos llama la atención desde el trailer es la dureza de un profesor de conservatorio a cargo de la studio band del centro. J.K. Simmons, habitual de las películas de campamento militar made in USA traslada aquí su brutalidad verbal y física con un lema: “Charlie Parker no se hubiera convertido en Bird si Joe Jones no le hubiera tirado un plato de la batería”. Su alumno y adversario es Andrew Neimann (Miles Teller), un músico joven, superdotado y atormentado con la búsqueda de la perfección, un argumento típico, pero no esperen a un Frankie Machine acabado como el de El hombre del brazo de oro (Otto Preminger, 1955) ni un genio autodestructivo como el Charlie Parker de Clint Eastwood. Aquí encontrarán a un joven estudiante con las ideas claras. Su punto flaco es la ambición, una ambición que le hace renunciar al mundo exterior y al amor con la sangre fría de quien se enfrenta a un problema técnico más. Quiere ser el nuevo Buddy Rich (¡aquellas batallas de baterías!) y esto le cuesta sangre, sudor y lágrimas. Literalmente.
La banda sonora de Whiplash es electrizante, es la adrenalina de un solo sin aliento, es música de batería pero también es música de big band. Contiene standards, cómo no (suena un "Caravan" con un toque latino y "He Was a Beautiful Player" de Stan Getz) pero es esencialmente original, compuesta para la película pero ambientada en ese momento del jazz en que aún convivían el swing y el naciente bebop. Dos son los compositores a los que ha recurrido Chazelle. El primero, Justin Hurwitz, ha compuesto todos los temas de big band, mientras que Tim Simonec ha realizado las piezas que aparecen en los concursos de la película, pero lo más espectacular es el trepidante “Whiplash”, que se convierte en el obstáculo y en la meta del protagonista, un tema compuesto por Hank Levy, el que fuera compositor de la orquesta de Stan Kenton.
La batería es la protagonista de todos los temas, como no podía ser de otra manera, y el sonido, en general, apunta hacia el mainstream, con buenos arreglos de metal y madera y mucha potencia. Hay temas que suenan excitantemente a swing ("When I Wake" o "Upswingin", al que la batería aporta un toque jungle) o a ese blues de escenario de Cotton Club ("No Two Words", "Casey's Song"). Lo dicho, una dosis de swing y otra de bop, todo a big band. Aun así, el sonido resulta moderno. Y nos gusta.
No sabemos si el éxito de la película (cuando escribimos
esto está nominada a 5 Oscars, incluidos Guión adaptado y Mejor película) fomentará el interés general por el jazz pero
estamos seguros de que sembrará el amor por la batería: el guión pone en valor el
papel del baterista como solista y como soporte y esqueleto de la banda de jazz.
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**Recomendamos visionar la opera prima de Chazelle, Guy
y Madeline en un banco del parque, cuya reseña publicamos en Jazz, ese ruido y pueden leer aquí.