Por fin, una película de jazz hecha por negros.
Tengo que admitir que no conocía la existencia de Mo’ better blues. En realidad, no soy un gran seguidor de Spike Lee: no veía nada suyo desde Jungle fever, pero un jugoso artículo encontrado en el blog de Cine con jazz despertó mis instintos buscadores-consumidores a la busca y captura, porque hasta ahora mi dvd sólo me había mostrado visiones “blancas” del jazz negro, almibaradas las más de las veces, pero pocas desde un punto de vista negro. En una escena, el músico protagonista, Bleek, algo bebido, filosofa sobre esta paradoja, quejándose de que todo el público del club es blanco, de que los negros no acuden a los clubs de jazz a escuchar su música...
En principio, Mo’ better blues parece una biografía, no muy extensa, de un trompetista de ficción, metódico hasta el límite, apasionado con su trabajo y muy serio. Lo que hace con su vida privada es otra cosa: mantiene dos relaciones bastante dispares con una maestra y con una aspirante a cantante. Porque en realidad, Mo’ better blues se trata de esto, de una película sobre el amor, con mayúsculas: Amor. No es una película romántica por más que el montaje (excesivo, a veces de videoclip) en alguna de las primeras escenas nos haga pensar lo contrario, baste decir que el título que Spike Lee pensó en primer lugar para su proyecto fue A love supreme, pero la pianista Alice Coltrane, viuda de quien ya sabemos, impidió que se usara este título para que no diera en pensar que se trataba de un biopic de su marido (no es de extrañar esta suspicacia, dado el morbo que hoy reina en los medios), a pesar de que Bleek toca la trompeta y Trane el saxo. A pesar de ello, un póster del disco A love supreme preside la casa de Bleek, y una frase de Coltrane despide la película:
“Sea lo que sea, está con dios. Dios es misericordioso e indulgente. Su camino es a través del amor, en el que estamos todos. Es verdaderamente, un amor supremo”.
Ese amor supremo es el que mueve de verdad al protagonista, Bleek, el amor a la música. Tiene relaciones con dos mujeres, pero parece que son ellas las que mueven los hilos, mientras él se limita a pensar en su verdadera pasión, su amor supremo, el jazz, nacido del adoctrinamiento musical al que lo somete de pequeño su madre (en este sentido, el final de la película demuestra la estructura cíclica de los errores humanos). He de suponer que Spike, hijo del bajista Wild Lee, aporta tintes autobiográficos a esta escena clave en la que Bleek, de niño, no puede jugar con sus amigos porque está obligado a practicar con la trompeta, deber que de mayor se convertirá en obsesión.
El resultado estético de esta obsesión son dos escenas, una, soberbia, de las pocas en que el director de fotografía se gana la paga (la película no ha soportado bien el paso del tiempo: la fotografía se ve muy de los 90 y no soporta muchos visionados) en la que la cámara gira alrededor del trompetista mientras practica en su casa, y otra en la que compone sentado al piano mientras una de sus novias le recrimina. En ambas, parece que el mundo exterior gira en torno a él sin afectarle, ajeno a todo salvo a la música que pasa por su cabeza.
En cuanto a lo fundamental, a la música, sólo puedo decir que Brandford Marsalis no es mi preferido de la familia y que, si bien Terence Blanchard (que interpreta la trompeta que “hace sonar” el protagonista) está genial, la banda sonora muestra algunas influencias pop de finales de los 80 que no llevan bien el paso del tiempo. Para muestra un botón: el rap titulado Lista de éxitos de la música negra urbana contemporánea comercial para follar, que “canta” Denzel Washington. Pero bueno, si pasamos por alto este tema, la peli se convierte en un muy fiable retrato del jazz afroamericano: clubs, empresarios ambiciosos (muy bueno Turturro), combos que tocan para ganarse el pan, peleas dentro del grupo por el liderazgo, ambición, lealtad, reglas...
Hay otros aspectos fundamentales en la trama y en la textura de la película que merecen la pena: la amistad, personificada en Gigante, que interpreta Spike Lee, un personaje de perdedor clásico que hemos visto en mil películas; la familia, las relaciones con las mujeres, la interesada pasión por el jazz de los empresarios, todos ellos distintos aspectos del amor que se sostienen unos sobre otros con la fragilidad de la vida misma, como descubre el propio Bleek cuando todo su mundo se desmorona.
Tengo que admitir que no conocía la existencia de Mo’ better blues. En realidad, no soy un gran seguidor de Spike Lee: no veía nada suyo desde Jungle fever, pero un jugoso artículo encontrado en el blog de Cine con jazz despertó mis instintos buscadores-consumidores a la busca y captura, porque hasta ahora mi dvd sólo me había mostrado visiones “blancas” del jazz negro, almibaradas las más de las veces, pero pocas desde un punto de vista negro. En una escena, el músico protagonista, Bleek, algo bebido, filosofa sobre esta paradoja, quejándose de que todo el público del club es blanco, de que los negros no acuden a los clubs de jazz a escuchar su música...
En principio, Mo’ better blues parece una biografía, no muy extensa, de un trompetista de ficción, metódico hasta el límite, apasionado con su trabajo y muy serio. Lo que hace con su vida privada es otra cosa: mantiene dos relaciones bastante dispares con una maestra y con una aspirante a cantante. Porque en realidad, Mo’ better blues se trata de esto, de una película sobre el amor, con mayúsculas: Amor. No es una película romántica por más que el montaje (excesivo, a veces de videoclip) en alguna de las primeras escenas nos haga pensar lo contrario, baste decir que el título que Spike Lee pensó en primer lugar para su proyecto fue A love supreme, pero la pianista Alice Coltrane, viuda de quien ya sabemos, impidió que se usara este título para que no diera en pensar que se trataba de un biopic de su marido (no es de extrañar esta suspicacia, dado el morbo que hoy reina en los medios), a pesar de que Bleek toca la trompeta y Trane el saxo. A pesar de ello, un póster del disco A love supreme preside la casa de Bleek, y una frase de Coltrane despide la película:
“Sea lo que sea, está con dios. Dios es misericordioso e indulgente. Su camino es a través del amor, en el que estamos todos. Es verdaderamente, un amor supremo”.
Ese amor supremo es el que mueve de verdad al protagonista, Bleek, el amor a la música. Tiene relaciones con dos mujeres, pero parece que son ellas las que mueven los hilos, mientras él se limita a pensar en su verdadera pasión, su amor supremo, el jazz, nacido del adoctrinamiento musical al que lo somete de pequeño su madre (en este sentido, el final de la película demuestra la estructura cíclica de los errores humanos). He de suponer que Spike, hijo del bajista Wild Lee, aporta tintes autobiográficos a esta escena clave en la que Bleek, de niño, no puede jugar con sus amigos porque está obligado a practicar con la trompeta, deber que de mayor se convertirá en obsesión.
El resultado estético de esta obsesión son dos escenas, una, soberbia, de las pocas en que el director de fotografía se gana la paga (la película no ha soportado bien el paso del tiempo: la fotografía se ve muy de los 90 y no soporta muchos visionados) en la que la cámara gira alrededor del trompetista mientras practica en su casa, y otra en la que compone sentado al piano mientras una de sus novias le recrimina. En ambas, parece que el mundo exterior gira en torno a él sin afectarle, ajeno a todo salvo a la música que pasa por su cabeza.
En cuanto a lo fundamental, a la música, sólo puedo decir que Brandford Marsalis no es mi preferido de la familia y que, si bien Terence Blanchard (que interpreta la trompeta que “hace sonar” el protagonista) está genial, la banda sonora muestra algunas influencias pop de finales de los 80 que no llevan bien el paso del tiempo. Para muestra un botón: el rap titulado Lista de éxitos de la música negra urbana contemporánea comercial para follar, que “canta” Denzel Washington. Pero bueno, si pasamos por alto este tema, la peli se convierte en un muy fiable retrato del jazz afroamericano: clubs, empresarios ambiciosos (muy bueno Turturro), combos que tocan para ganarse el pan, peleas dentro del grupo por el liderazgo, ambición, lealtad, reglas...
Hay otros aspectos fundamentales en la trama y en la textura de la película que merecen la pena: la amistad, personificada en Gigante, que interpreta Spike Lee, un personaje de perdedor clásico que hemos visto en mil películas; la familia, las relaciones con las mujeres, la interesada pasión por el jazz de los empresarios, todos ellos distintos aspectos del amor que se sostienen unos sobre otros con la fragilidad de la vida misma, como descubre el propio Bleek cuando todo su mundo se desmorona.
Es una pena que el título original no se haya podido utilizar (¡suena tan mal en castellano: “El blues del más mejor”!).
El quinteto real:
Terence Blanchard, trompeta
Branford Marsalis, saxo
Kenny Kirkland, piano
Robert Hurst, bajo
Jeff "Tain" Watts, batería
El quinteto real:
Terence Blanchard, trompeta
Branford Marsalis, saxo
Kenny Kirkland, piano
Robert Hurst, bajo
Jeff "Tain" Watts, batería