La fotografía es jazz para los ojos
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Recorrer Estados Unidos a bordo de un Chevrolet debe ser una aventura difícilmente igualable; hacerlo en 1960, cuando estaban en su etapa más creativa músicos como Ornette Coleman, Miles Davis, Dave Brubeck... debió ser una aventura irrepetible, histórica y musicalmente hablando. El fotógrafo William Claxton empleó en esta aventura tres meses de 1960 acompañado por el musicólogo alemán Joachim E. Berendt, de quien partió la idea, cubriendo todo el panorama desde Harlem hasta Hollywood, pasando por Louisiana, Kansas City, Chicago, San Francisco... y fotografiando clubs, ensayos, brass bands, aficionados, músicos profesionales y músicos callejeros... Al libro de Claxton sólo le falta la foto de Fats Domino siendo rescatado del Katrina en una barca.
Mi capítulo favorito del libro por cuestiones sentimentales es Nueva Orleáns. Sus personajes tienen el carisma primigenio que dio vida al jazz. Las imágenes tienen un folklorismo muy alejado de la sofisticación de los jazzmen de Nueva York o de la Costa Oeste. Paradójicamente, cuando se disponían a hacer escala en Nueva Orleans, recibieron este consejo en Nueva York: “Ni os molestéis en ir a Nueva Orleans,. El jazz en Nueva Orleans está muerto”. Es cierto que el jazz de principios de siglo desapareció una vez que los barrios “malos” como Storyville, que mantenían la mayor parte de los locales con música en directo, fueron cerrados por cuestiones morales (se adujeron otras razones de salud pública). La mayoría de los músicos se trasladaron a Kansas City, a Nueva York y a Chicago, dando paso a otros estilos que revolucionarían el concepto de jazz, como el Kansas City y el swing.
Y lo que Claxton y Berendt encontraron en la ciudad del Mississippi fue una música más moderna y sofisticada de lo que esperaban. Quizás porque los mismos músicos orleanos pensaban que el jazz (el hot jazz) estaba muerto, explica el libro, estaban creando una música más evolucionada, más moderna. También se encontraron con reminiscencias de la inacabable guerra dialéctica sobre quién “inventó” el jazz, encarnada en Nick La Rocca (The Original Dixieland “Jass” Band) en una nueva versión: fueron los blancos los inventores (!).
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El libro posee la calidad de la fotografía de Claxton en 552 gloriosas páginas, incluyendo algunas fotografías en color que no se habían incluido anteriormente y un prólogo del fotógrafo, que se suma a los incisivos aunque escasos textos de Berendt, y se ha convertido en un tesoro que, nada más abrirlo, devuelve la fe en un arte que alcanzó su punto culminante en aquellos años.
Creo coincidir con muchos aficionados en que este es El Libro de Fotografías de Jazz. Por excelencia. Es algo emocional, un objeto de culto tanto para los aficionados a la fotografía como al jazz, un libro al que siempre vuelvo cuando escucho un disco de jazz que no me convence. Este libro me redime de muchas cosas. Es Arte. En palabras de Claxton, la fotografía es jazz para los ojos.
Lo edita Taschen, por supuesto.