JORDI ROSSY TRIO, Wicca (Fresh Sound New Talent, 2007)
El disco de Jordi Rossy, Wicca (Fresh Sound Records, FSNT 309) es, desde la portada, con un maravilloso trabajo plástico de Ana Golobart, hasta el último tema un álbum introspectivo, reflexivo, intuitivo y lleno de otros aspectos que no riman, pero que explicarían mejor en qué consiste este trabajo íntimo construido en el reducido espacio de un trío, pero plagado de matices tan heterogéneos que la obsesión de tenerlo se ha convertido ahora en la obsesión por volverlo a escuchar cada vez que acaba.
Antes de quitar el maldito plástico que envuelve todos los cedés, ese plástico que dicen que se llama fleje y que, aparte de contaminar, sólo sirve para aumentar tu ansia por pinchar el disco, lo que más sorprende de este trío es su singular formato: piano, órgano Hammond y batería. Es cierto que el órgano Hammond puede sustituir a muchos instrumentos en un combo de jazz (puede hacer las veces de bajo, de metales, de piano...), pero hacerlo sonar junto a un piano sólo nos hace pensar que va a “tapar” el sonido del otro instrumento, pero es todo lo contrario. La sonoridad cáustica y heterodoxa del Hammond (aquí en las manos de Albert Sanz) dota al conjunto de un trasfondo melancólico y lleno de matices que hace que brillen con más nitidez las notas del piano (llamémosle) acústico. La capacidad polimórfica del batería R.J. Miller redondea el conjunto.
Aunque es su primer disco como líder/compositor, Jordi Rossy no es una rising star cualquiera. Procedente de Barcelona, vía Boston y New York, donde formó el grupo The Bloomdaddies con Chris Cheek y Seamus Blake, tiene detrás una larga carrera en la que ha colaborado como sideman para Perico Sambeat, Paquito de Rivera y Brad Mehldau, en cuyo trío tocaba la batería.
Los temas de Wicca, compuestos por Jordi Rossy (a excepción de dos de ellos, escritos por el organista Albert Sanz) son herederos de Bill Evans, de Oscar Peterson y suenan a pensamientos en voz alta, tanto en los tiempos lentos como en los medios. Un trabajo inspirado que obliga a escuchar, a dejar lo que estamos haciendo y pararnos a esperar la siguiente nota, a entender de qué va. No es uno de esos discos que se puede dejar correr mientras leemos un libro o escribimos en el blog.
Destaca de entre todo el setlist el tema que da título al álbum, no sólo porque se trata de una melodía más vital y enérgica (alegre, si se quiere) sino porque es el único tema grabado en formato quinteto, ya que se unen al trío el saxofonista Enrique Oliver y a la trompeta Félix Rossy, un pequeño genio preadolescente, hijo del pianista, del que ya había oído hablar en Sopa de hielo, quien, aunque no tiene la oportunidad de hacer un solo, acompaña apropiadamente al saxo tenor durante todo el tema. Pero si tuviera que elegir un tema del disco, no lo dudaría. Me gusta la forma de entrar a la melodía en El bardo, que me recuerda a Oscar Peterson o ese don (no puede tener otro nombre) que tiene Jordi Rossy de detener el tiempo con los dedos en Moose love o la maravillosa conjunción de piano y Hammond intercambiando notas al tiempo en Loving tone (que tiene un comienzo casi Monk), pero mi preferido, el tema que hace que ponga el disco una y otra vez es Sexy time. Comienza con un ritmo sincopado de escobillas y pedal que casi parecen batería y bajo. Sigue el órgano Hammond con su peculiar sonido, muy cool, a modo de introducción a la melodía del piano, que te entra por los oídos y te engancha durante más de siete minutos. Sexy time. Lo curioso es que a la primera escucha pasé este tema por alto, fui esperando un tema y otro para encontrar el por qué había comprado el disco, pero luego de oído, el primer tema es el que te devuelve las ganas de escucharlo entero de nuevo. Sexy time. Señoras y señores, Jordi Rossy Trio.
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* Fotografía de Gema Darbonens (tomada de Tomajazz).