THE COTTON CLUB, HARLEM

Entre el racismo y la gloria

Como la mayoría de las películas de los 80, The Cotton Club (Francis Ford Coppola, 1984) es un tanto almibarada y un mucho artificial. Sin embargo, no deja de ser un acercamiento a aquel club ubicado en el segundo piso del número 644 de Lexington esquina a la calle 142 Oeste que fue una de las mecas del jazz entre los años 1920 y 1940, en que cerró definitivamente sus puertas. La orquesta de Fletcher Henderson o la de Duke Ellington tocaron allí, así como Bessie Smith, Billie Holiday, Louis Armstrong, Ella Fitzgerald... El Cotton Club ofrecía sofisticación, buena comida y la música más de moda, y se hizo tan popular que su público estaba habitualmente poblado de personalidades de la música, del cine y de la política. Algo que ahora no vemos precisamente en escenarios de jazz...

Por suerte, la popularidad del club animó a entendidos a registrar innumerables grabaciones que han llegado hasta nosotros. Los habituales programas de radio en prime time, que en aquella época consistían en retransmisiones de jazz, también han contribuido a que haya llegado hasta nosotros el sonido del Cotton Club. En Internet Archive hay, como es habitual, muchas grabaciones interesantes acerca del Cotton Club. La banda sonora es más comercial y muy escogida pero, en todo caso, justifica el visionado de la película de Coppola. ¿De Coppola? La leyenda dice que éste cogió una llamada del productor Robert Evans, para quien había trabajado en la desastrosa Corazonada. En esta ocasión, Evans también quería que Coppola salvara un proyecto que se le estaba yendo de las manos, un híibrido entre musical y thriller sobre el Cotton Club. Puede que el director aceptara por la colaboración de Mario Puzo, con quien le unían algo más que lazos profesionales tras trabajar en El padrino. Lo cierto es que poco queda para la Historia del Cine tras el visionado de esta película, salvo el premiado vestuario, el edulcorado recuerdo de un lugar mítico para los aficionados al jazz y, por supuesto, la banda sonora.


No es un musical aunque la música sea la protagonista, y esto se nota. Suenan docenas de canciones (gloriosas canciones) escritas en los años 20, como "Minnie The Moocher", "Mood Indigo"... que nos retrotraen a aquella época de una manera contundente, pero no es un musical. Sólo el número final con los bailarines y su impacto en el argumento... No seguimos por no destripar una escena que es puro cine, puro Coppola, y cuyo impacto preferimos guardar para el que la vea por primera vez. 

Los temas de Ellington y Cab Calloway que suenan fueron arreglados fielmente por el ex-jazzman John Barry e interpretados por solistas como los trompetistas Dave Brown ("Minnie The Moocher") y Lew Soloff en la versión cantada, el pianista Mark Shane ("Drop Me Off In Harlem") o el saxo barítono Joe Temperly, entre otros muchos. Sólo el espectacular sonido, limpio y cuidado, revela que estamos ante grabaciones de los años 80 y no de la época original del club. Jerry Wexler aparece como asesor musical y, si hemos de hacer caso a los títulos, Gere interpretó sus solos de corneta. Pero, como esa grabación está en la tiendas, en la red y probablemente en sus discotecas particulares, les animamos a que sigan leyendo mientras escuchan a la orquesta de Duke Ellington en una grabación realizada en el Cotton Club en 1938:



1927. El éxito del club es total. 1927 es el año en que nació Mickey Mouse y el año en que se estrenó El cantor de jazz. En mayo muere Andy Preer, director de la Cotton Club Orchestra. La primera opción es King Oliver pero la oferta económica no le convence y el nuevo fichaje acaba siendo el emergente Duke Ellington. Con sus Washingtonians inicia una estancia de tres gloriosos años que catapultarían al Duque a lo más alto del Universo del Jazz. Las emisiones regulares de la emisora WHN contribuirían también a ello. Fue aquí donde desarrolló su estilo llamado jungle, basado en el uso de sordinas y el abuso de tom toms y otros tipos de percusión cuyas reminiscencias exóticas recordaban a los ritmos africanos de los que, en primera instancia, viene el jazz. Duke volvió al Cotton Club en varias ocasiones. La última en 1938, cuando el club tenía una nueva ubicación. De esta última estancia es la grabación que estamos escuchando.

Artificial o no, la película de Coppola, visionada de nuevo, ofrece algunos matices interesantes sobre la época y otros que son un reflejo de cómo nos gustaría que hubiera sido. En plena ley seca, Jack Johnson, el campeón de los pesos pesados al que luego Miles dedicaría un álbum, abrió este club en Harlem. Tres años más tarde pasó a llamarse The Cotton Club al pasar a manos del gángster Owney Madden (Bob Hoskins en la pantalla). Su gestión del local, su manera de contratar y sus relaciones con la policía están tangencialmente reflejadas en la película de Coppola, que en el fondo no es más que una ficción policíaca/romántica basada en el mito.

La realidad era un tanto más turbia. La gloria de los músicos en el escenario escondía un racismo patente: entre el público no estaba permitida la entrada a la gente de color. Reconocemos aquí que fue un comentario del libro de Leonard Feather, del que hablamos en Jazz, ese ruido hace unas semanas, el que nos incitó a volver a ver esta película. Así lo describe Feather:

El Cotton Club propiedad de la mafia representaba un Harlem para blancos, quienes, siguiendo una moda de "sofisticación en los bajos fondos", eran tolerados porque su dinero era necesario para la supervivencia económica de los músicos del barrio. De una manera más significativa, supe que el Cotton Club admitía a negros sólo como músicos. Con la excepción de alguna celebridad ocasional, que era aceptada a regañadientes (nadie se atrevió a insultar a un Bojangles Robinson que portaba una pistola negándole una mesa), los negros no eran bienvenidos como clientes. Saber esto significaba que yo no estaba cómodo allí. Consecuentemente, y quizás alocadamente, incluso atendiendo a su interés social, nunca vi el interior del club.

Por su parte, Luis Escalante, en su libro Y se hace música al andar... con swing, describe interesantes aspectos de los primeros tiempos del Cotton Club:

Lo primero que hizo Madden fue cambiar el nombre del mismo (el club se llamaba Deluxe) eligiendo el de Cotton Club (Club del Algodón), quizás por su reminiscencia sureña, ya que, desde un primer momento, el mafioso tuvo claro que el suelo de su sala sólo lo pisarían los blancos mientras que el suelo del escenario sería íntegramente para los negros. En el Cotton Club, sobre todo en sus primeros tiempos, se cumplió a rajatabla el slogan: Blanco en la sala y negro en el escenario. [...] El escenario representaba el Sur de los negros, la tierra del algodón, con una cabaña, plantas y árboles. [...] Para asegurar la lealtad de todos los trabajadores, cocineros, camareros, porteros, etc, éstos fueron reclutados por la gente de Madden en Chicago, incluso todos los artistas negros, hasta el año 1927, provinieron de la citada ciudad. Una parte importante del espectáculo lo formaban el grupo de bailarinas cuyas integrantes debían de cumplir con unos severos requisitos en cuanto a belleza, medidas corporales y, sobre todo, color de piel, ya que éste nunca debería ser demasiado oscuro, sino todo lo contrario. Muchas de las muchachas que integraron el grupo de baile del Cotton Club a lo largo de su historia podrían haber pasado tranquilamente por blancas.

En esta era en que tenemos a mano realidades alternativas favorecidas por la tecnología o por la química, podemos elegir la visión que nos quedará en la memoria. De momento, tal como están las cosas, nosostros nos quedamos con la imagen maquillada que ofrece Coppola, aunque sólo sea por poder escuchar una vez más la banda sonora.