Lullaby of Birdland

Hace calor. Hace mucho calor. He dejado el coche a la sombra toda la mañana y cuando me monto el termómetro del salpicadero marca 32 grados. Da hasta miedo salir del trabajo. Sí, es un pensamiento jodidamente tonto, pero yo me quedaría trabajando hasta que cayera la noche, todo por no coger el coche. Llevamos así desde junio. Andalucía es el infierno en posición “grill”.
Entonces pongo el contacto, giro la llave, enciendo el aire acondicionado y conecto la radio. Me he dejado dentro un CD de Dexter Gordon y parece como si todo cambiara. Suena Cute. Lionel Hampton acelera el aire del mediodía, que parece que se ha quedado suspendido en el recalmón de la media tarde. El recalmón es como llamamos aquí a ese aire caliente que se levanta del suelo como en un horno y hace que todo parezca flotar en una atmósfera irreal, detenida en el tiempo. Una escala, pararán-pararán y Hampton consigue que el mundo se ponga en marcha de nuevo. Dexter enlaza la melodía y dentro del coche el mundo vuelve a fluir. Esto se llama madurez, y suena increíble.
Lullaby of Birdland es uno de esos discos redondos que uno no se cansa de escuchar. Parece que fue grabado en 1977, poco después de que DG volviera de Europa, donde se había exiliado por la falta de trabajo (y otros problemillas). Un año antes había sido contratado para tocar en el Village Vanguard, concierto que supuso el regreso a casa, que resucitó al Dexter dormido, olvidado por el público que apuntaba hacia otras músicas. La prensa y los críticos volvieron a abrazarlo, comenzaron a tratarlo como una leyenda viva y hay quien dice que este evento supuso el renacimiento del bop en Estados Unidos. El disco tiene la banda clásica de Dexter de esta época, con un exultante Lionel Hampton que destaca por encima de todos y que, en una relación maestro/alumno/maestro, comparte con Dexter Gordon solos generosos y espectaculares, sobre todo porque con el saxo alto parece que Dexter está más inspirado. Están con ellos Bucky Pizzarelli a la guitarra, George Duvivier al bajo, Oliver Jackson a la batería y Hank Jones al piano. También hay un percusionista cubano llamado Candido que destaca especialmente en el último corte, Blues for Gates, compuesto por Hampton, y no sólo porque la percusión tiene un solo fabuloso al comienzo, sino porque lleva todo el peso del tema, aunque lo más notable es un diálogo al final entre el saxo y el vibráfono, que responde repitiendo los fraseos del alto, toma y daca. Genial.
Lo dicho, no me canso de escucharlo. Está lleno de clásicos como I should care, Seven come eleven o el They Say That Falling in Love Is Wonderful de Irving Berlin, pero mi preferido es la versión de Lullaby, rítmica, vital, imparable. Podría ponerla una y mil veces seguidas. La pena es que el jodido lector del coche no se puede programar para que repita el tema, pero creo que voy a dejar el disco dentro mucho tiempo.