Después de tres películas, queda patente que la motivación de Damien Chazelle es el jazz. Si su primera cinta, Guy y Madeline en un banco del parque (2007) contaba la historia de un trompetista de jazz, historia que tenía su clímax en una declaración de amor sin palabras con un solo de trompeta (tras una hora y cuarto de película deliberada y sorprendentemente vacía de diálogos) y la segunda (Whiplash) giraba en torno al debate de si el jazz se puede enseñar y de qué modo (con un profesor exageradamente militar y un clímax aeróbico que desafiaba las gestas de Buddy Rich), en su tercera película (La La Land, 2016) cuenta la relación entre un músico de jazz y una aspirante a actriz. La elección de un músico de jazz no es anecdótica sino que sirve como eje para hablar sobre jazz.
Por ejemplo, ¿quién de ustedes no ha tenido una conversación como ésta con algún profano?
MIA: Odio el jazz.
SEBASTIAN: ¿Cómo que odias el jazz?
MIA: Cuando lo escucho, no me gusta.
SEBASTIAN: Eso es una generalización. ¿Qué tienes que hacer ahora?
Corte a: escena en un club de jazz. Un quinteto está tocando.
SEBASTIAN: Yo creo que a aquellos que dicen eso de que odian el jazz les falta el contexto, no saben de dónde viene. El jazz nació en una pensión de mala muerte de Nueva Orleáns. Las personas que estaban apiñadas allí hablaban cinco idiomas distintos. No podían hablar. Su forma de comunicarse era el jazz.
MIA: ¿Y qué hay de Kenny G?
SEBASTIAN: ¡¿Qué?!
MIA: ¿Qué hay de Kenny G? ¿Y la música de ascensor? Esa es la música de jazz que yo conozco. Me parece relajante.
SEBASTIAN: No es relajante. ¡No lo es! Sidney Bechet pegó a un tío porque tocó mal una nota. Eso no es relajante. [...] No sólo debes escucharla. Tienes que verla, ver qué todo lo que está en juego. Ahí tienes a esos tíos. Aquel, el saxofonista, acaba de adueñarse de la canción. Ahora viaja por su cuenta. Cada uno de ellos está componiendo, haciendo arreglos, escribiendo y tocando la melodía. Ahora mira al trompetista. Se le ha ocurrido una idea. Eso genera conflicto, es compromiso y es... Es nueva cada noche que suena. Es pura emoción. Y se está muriendo. Se muere en vida. Y el mundo dice: “Deja que se muera. Ya ha tenido su época”, pero yo no lo voy a permitir.
MIA: ¿Qué vas a hacer?
SEBASTIAN: Abrir mi propio club. Vamos a tocar lo que queramos, cuando queramos, siempre y cuando sea puro jazz.
Por supuesto, Sebastian (Ryan Gosling) quiere tocar jazz auténtico, no adulterado, y tener su propio club (¿quién no quiere tener su propio club? Es uno de mis proyectos imposibles, por ejemplo). Esta obsesión le lleva a enfrentamientos y también a sacrificios, que hace en pro de su relación con Mia (Emma Stone), al acceder (por dinero) a tocar jazz funk, jazz electrónico, soul...
Pero Sebastian no es sólo un purista: también es un apasionado. El diálogo que sigue (a propósito de un taburete) ocurre justo antes de ponerse a ensayar en su apartamento acordes de “Japanese Folk Song”, el tema que Thelonius Monk robó en Japón y luego versionó en el álbum Straight No Chaser (Columbia, 1967).
SEBASTIAN: Por favor, no te sientes aquí.
LAURA: ¿Estás de coña?
SEBASTIAN: No te sientes aquí. Hoagy Carmichael se sentó aquí. Los del Baked Potato* lo tiraron sin más.
LAURA: ¿Por qué será? Te he traído una alfombra.
SEBASTIAN: No la necesito.
LAURA: ¿Y si te digo que Miles Davis se meó en ella?
*El Baked Potato es un club de jazz de Studio City (California), donde actúa gente como Scott Henderson, por ejemplo. Pueden ver su programación en www.thebakedpotato.com
En definitiva, Chazelle aprovecha la trama de la relación romántica y los sacrificios que el músico hace por la chica para crear una subtrama donde es la supervivencia del jazz la que está en juego:
KEITH (a Sebastian): Dices que quieres salvar el jazz. ¿Cómo vas a salvarlo si nadie lo escucha? El jazz muere por culpa de gente como tú. Tú tocas para gente de 90 años en el Lighthouse. ¿Dónde están los jóvenes? Estás tan obsesionado con Kenny Clarke y Thelonius Monk. Ellos eran revolucionarios. ¿Cómo vas a ser revolucionario tú si eres conservador? Te aferras al pasado pero el jazz habla del futuro.
Pero no todo en La La Land son clubes de jazz o diálogos sobre el tema... o el público huiría de las salas de cine. Es un musical y, como todo musical, está lleno de canciones. Pero, sorteando modas y esquemas de la industria, Chazelle y su compositor habitual, Justin Hurwitz, han creado una banda sonora con números como los de los musicales de Cole Porter, con grandes coreografías e incluso claqué (al que ahora en España nos ha dado por llamar tap dance), esos musicales de la Era del Swing de donde salieron canciones que, a la postre, se han convertido en standards de jazz.
Aunque el resultado final es algo pobre cinematográfica y musicalmente hablando, y se queda en un conmovedor intento (no es lo quiere ser pero es válido como homenaje), recomiendo La La Land a aquellos que nunca hayan visto películas de Fred Astaire, a los que añoren los musicales de Cole Porter (algún día habría que hablar de High Society) y a quienes lamentan no haber nacido en los años 40, cuando en los clubs pequeños se empezaba a cocinar lo que sería el bop mientras en los grandes teatros se podían ver musicales enormes con complicadas coreografías y canciones escritas por Cole Porter, Rodgers y Hart, los Gershwin..., profundamente influidas por el jazz, que aún era popular en aquella época.