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El hilo conductor del viaje nos lleva, a la manera de los impresionistas, a distintos flashbacks en los que asistimos a tormentosos momentos como el juicio militar a Lester Young, el amor que le profesaba Billie Holiday ("Pres era el hombre más amable que había conocido, su música era como una estola alrededor de sus hombros desnudos, sin ningún peso"), que aparece fugazmente para invocar el espíritu que puebla sus canciones ("Ella había vivido mil años en las canciones que había cantado, canciones de mujeres golpeadas y de hombres a los que amaban") y recordarle que todos han pasado por la cárcel. Monk no es menos. Su capítulo es pura paranoia. Su comportamiento, su arresto y su forma de tocar ("Una parte del jazz es la ilusión de espontaneidad") conforman un puzzle difícil de montar pero que da una idea bastante exacta de lo que fue su búsqueda. La alta capacidad de Bud Powell para la música ("como si el piano llevara esperando cien años la oportunidad de saber lo que se siente al ser una trompeta o un saxofón en manos de un negro") y para la autodestrucción ilustran el siguiente capítulo con momentos agónicos, como los de un Ben Webster para quien el día sólo caminaba hacia la borrachera ("Emborracharse en aquellos tiempos no requería su participación activa, sencillamente era el estado hacia el que tendía el día"). En otros capítulos, los protagonistas son la búsqueda de la identidad musical de Mingus o la belleza de la música de Chet en contradicción con su decadencia física y moral ("temblaba tanto que prácticamente vibraba"). El último flashback corresponde a Art Pepper, una metáfora para expresar cómo el jazz ha crecido gracias y a pesar de los músicos.
Lo que hace grande esta lectura es que el autor convierte episodios simplemente biográficos o incluso estereotipados en emocionantes relatos que apelan a nuestros sentimientos, hayamos o no escuchado a estos músicos. Otro aspecto curioso y que puede parecer una paradoja, aunque no lo es, el que la mayor parte de la inspiración para este libro no la haya recibido Dyer directamente de la música ni de las biografías
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Por último, Dyer nos regala, a modo de epílogo, un ensayo exento de ficciones que pone un punto brillante al libro, si uno supera los capítulos anteriores y las agonías a las que nos ha sometido, especialmente si somos de ese tipo de aficionados que nos dejamos llevar por la belleza de la música, conscientemente inconscientes del sufrimiento y, a menudo, de los pecados que hay detrás de cada disco, de cada biografía del jazz. El ensayo, titulado "Epílogo: Tradición, influencia e innovación" es una búsqueda del sentido que tiene la importante y rápida evolución de este arte musical que cuenta apenas con un siglo de vida. Ningún arte ha evolucionado tanto desde su nacimiento. Es, a la vez, un examen profundo y sereno de estilos y protagonistas. No tiene desperdicio. Termina con una reflexión sobre la forma de entrar en el jazz de los recién llegados. Hay tantas puertas que uno puede acceder a través de cualquier estilo y avanzar o retroceder en la Historia del Jazz hasta encontrar la corriente que enlaza con su espíritu, aunque Dyer sugiere como ideal el orden cronológico. "Las ideas de avance y retroceso, escribe, el sentido del pasado y del presente [del jazz], de viejos y nuevos sueños, empiezan a confundirse en el amanecer crepuscular de un perpetuo mediodía".
Si hay alguien que no conozca este libro, creo que debe anotarlo en su Lista de Libros Imprescindibles. Ignoro si a fecha de hoy está descatalogado en España. Hace poco pregunté en una librería y lo tenían, así como en tiendas de la red (El Argonauta, por ejemplo) o en sitios de libros de ocasión (Iberlibro). También se puede encontrar en inglés y en bolsillo. Para ser más concreto, se debe encontrar.
Como ilustración, les dejo con el Trío de Bill Evans: Marc Johnson al bajo y Joe LaBarbera a la batería, en Iowa, 1979, intrepretando, por supuesto, But beautiful: