Encontrar el camino no es una misión instantánea y Columbia se adelantó. El año anterior (1963), Miles había grabado con Gil Evans algunos temas en un intento por encajar la bossa nova en un esquema de orquesta de jazz. La productora, con la complicidad de Teo Macero, completó estos 20 minutos orquestales con temas que Miles había traído de sus sesiones en la costa oeste con Victor Feldman, Ron Carter y Frank Butler, y publicó Quiet nights. El resultado fue un álbum heterogéneo, pequeño, sorprendente y que consiguió que Miles culpara a Teo Macero y dejara de hablarle durante más de dos años.
Ahora, caminando al borde del jazz, Diana Krall vuelve a editar un álbum con el mismo título: Quiet nights (Verve, 2009). Sólo guarda con el anterior un vínculo: el reclamo exótico de Brasil y la bossa nova tal cual la entienden los norteamericanos, como un ritmito dulce que viene de Sudamérica y de sus playas, nada que ver con la samba ni la algarabía de los carnavales...
Lo cierto es que ninguno de los temas grabados por Miles y Gil están en el álbum de Diana Krall, que no es otra cosa que un homenaje al repertorio (al Brasil) de Jobim y Gilberto, aunque sólo haya tres temas brasileños... y el único interés de este nuevo CD es, quizás, averiguar cómo Krall trae todo este material de bossa a su propio terreno, ese territorio de nadie (podríamos llamarle crossover) en el que sabe mezclar tan bien orquesta y jazz. Los otros ingredientes son la presencia de Garota de Ipanema (aquí llamada The boy from Ipanema), esa eterna canción sobre la belleza inaccesible que nunca me canso de escuchar, y un DVD con tres canciones grabadas en vivo en Lisboa.
La magia del DVD se resume en que los temas que suenan vuelven al esquema jazzístico del cuarteto porque, sin orquesta, Diana Krall se mira más en el espejo del jazz y nos devuelve ese don que la hace única: su forma, primitiva y elegante al tiempo, de tocar el piano. Cuando “se deja” acompañar por orquesta, pierde parte de ese encanto que tanto me atrae. En este disco, además, los arreglos orquestales de Claus Ogerman retrotraen la bossa nova a ritmos tan lentos, casi callados (so quiet), que consiguen llevar el jazz a un punto en el que parece que el tempo se detiene. Y, sin embargo, fíjense, me gusta.
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