(Fotografía Celia Amador)
Debería sentirme defraudado: es la segunda vez que intento asistir a un concierto de Mauri Sanchís y se me estropea la cosa. La primera no pude ir, ayer no vino él. Según informó valientemente ante el micrófono un representante de la organización, a eso de las diez de la mañana recibió un sms informándole de que el concierto no iba a ser posible porque la mujer de Mauri se había puesto de parto tres semanas antes de lo previsto.
Esto, que se podría considerar un desastre, acabó bien a pesar de todo. Lo sustituyeron "sus" músicos (cuyas mujeres no estaban de parto) recurriendo a la presencia del saxofonista Joserra Zamora, que se desplazó en cuestión de horas de Madrid hasta aquí para "improvisar" un concierto de hora y media con un nuevo repertorio.
Esto, que se podría considerar un desastre, acabó bien a pesar de todo. Lo sustituyeron "sus" músicos (cuyas mujeres no estaban de parto) recurriendo a la presencia del saxofonista Joserra Zamora, que se desplazó en cuestión de horas de Madrid hasta aquí para "improvisar" un concierto de hora y media con un nuevo repertorio.
Blas Fernández a la batería y Rober Caballero al bajo eléctrico completaron el trío liderado por este versátil saxofonista, que desplegó una cantidad impresionante de registros para tocar temas de Coltrane, Parker, Shorter, Henderson... Las eternas referencias.
El repertorio (diez temas, noventa minutos intensos) comenzó con Ornithology, seguido de una deliciosa versión de Autumn leaves, una montaña rusa que iba a toda velocidad hasta la cima con dos temas de Coltrane (¡increíble, perfecto Like Sonny!) para luego descender en picado con un magnífico In a sentimental mood que casi tocaron en voz baja.
Muchos solos, temas muy desarrollados y extensos. Un buen trío, sin lugar a dudas. Joserra Zamora promete convertirse en una figura única del saxo en España, como su admirado Iturralde, con quien tiene un proyecto en común. Blas Fernández tuvo sus solos de batería, espectaculares, dejémoslo ahí, y estuvo sobresaliente todo el concierto. El bajista, en cambio, acompañaba bien (aunque el bajo eléctrico tiene sus limitaciones cuando quiere sonar a jazz), pero no brilló en los solos, más empeñado en seguir la partitura que en dejarse llevar por el ritmo, y sólo sumó puntos cuando al final abandonó los papeles y reveló su lado funky.
El final, fabuloso. Una versión inspiradísima de Black Orpheus, aunque demasiado corta para tema de despedida.
Resumiendo, valió la pena.
Sólo me queda felicitar a Mauri Sanchís por su paternidad. Enhorabuena, Mauri.