Crónica de (por fin) un concierto de Benny Golson
Todos los veranos la Universidad Internacional de Andalucía en La Rábida organiza tres noches de jazz dentro de sus cursos de verano. El acceso es libre (aunque no seas estudiante) y gratuito, y se suelen ver buenos músicos, casi siempre extranjeros, pero nada tan emocionante como ver subir al escenario a un Benny Golson octogenario, tan pequeño detrás de su tenor.
Golson sube al escenario despacio. Es más pequeño y delgado de lo que uno imagina en las portadas de los discos, derrocha simpatía y cercanía desde el primer momento. Y, desde el primer momento, uno nota que la fuerza que caracteriza su estilo sigue presente aunque para ello no tenga (ni pueda) soplar con tanta energía como en esos discos que guardamos en casa. Viene acompañado por músicos españoles para la ocasión: Joan Monné (qué enorme este pianista y qué poco sabíamos de él), el contrabajista Ignasi González (perfecto, como siempre, tan melódico en sus solos) y el super-baterista Jo Krause. Promete noche mágica.
De repente, noto que detrás de mí hay una docena de estudiantes charlando a gritos como si estuvieran en el Arenal Sound. En escena, Golson se mueve despacio, toca en voz baja, con energía, lo mismo en sus baladas clásicas (que emocionante "Whisper Not" en su propia voz y en directo) o en composiciones más rítmicas y más complejas armónicamente, como "Mister P.C.", momento que aprovecha para recordar a su compañero Coltrane, a quien conocía desde sus años de instituto en Philadelphia. Pero sonríe siempre. Cuando hay un solo, se sienta, asiste con admiración a las evoluciones del músico del momento. Quizás lo haya conocido hace dos días como improvisado compañero de gira. El caso es que esa admiración se transforma en una sonrisa por cada solo. Golson sonríe todo el tiempo. Disfruta. Intento captar alguna de sus sonrisas pero estoy muy lejos del escenario y no quiero molestar. Para eso (para fotografiar, no para molestar) están los profesionales. Pero no quiero dejar pasar la ocasión de dejar constancia gráfica y rebatir esa controvertida injusticia que se hizo cuando apareció en The Terminal (Steven Spielberg, 2004) como el único músico de la famosa fotografía de Art Kane que no le había dado el autógrafo al padre de Viktor, cuando realmente (sus amigos y sidemen lo atestiguan) que es un tío amable y que siempre sonríe. Incluso ahora, con el paso de los años.
Toca "I Remember Clifford" (qué fuerte tuvo que ser para él la pérdida del amigo para escribir algo tan bello). Es mágico. Incluso los estudiantes se han callado. Termina el tema y Golson no deja pasar la oportunidad de llenar cada presentación con una anécdota o un comentario, se ríe del humo que la organización derrocha para dar vistosidad a un escenario que no lo necesita, hace bromas cuando el micrófono no suena para presentar un tema, lucha contra los mosquitos de La Rábida... y sonríe otra vez. Se pone serio para volver a recordar a Clifford Brown con un de sus temas ("Tiny Capers"). Sigue sonriendo y apreciando cada solo. Y a cada solo se sienta y escucha, sonríe, pero también hace otras cosas: mima al saxo, pone la funda a la boquilla para que no se seque la caña, lo besa y, finalmente, saca la funda y la mete en la campana del tenor para tocar (¡nunca había visto esto!). Habla de los músicos que lo acompañan. No lo dice pero queda claro que no recuerda sus nombres, pero es un profesional y ya trae en el bolsillo la manera de compensarlos: los presenta como unos fantásticos músicos y les cede un tema a trío (en sus palabras, "sin Golson") y nosotros disfrutamos de "All The Things You Are" a trío de piano. Qué noche.
Tras un intenso y enorme "Blues March", que comienza con una explosión rítmica a cargo de Krause, El concierto termina con el público en pie, sin bises, pero nadie los pide porque sería injusto exigirle más, y Golson baja del escenario sonriendo todavía, y su jazz sigue sonriéndonos en los oídos cuando salimos.