Rob Gordon (John Cusack): "El fetichismo musical es como el pornográfico. Me sentiría culpable al cobrarles si no fuera porque yo soy como ellos".
Sí, he vuelto a ver High fidelity (Stephen Frears, 2000, basada en la novela de Nick Hornby). Me siento a gusto con sus decorados llenos de vinilos y su forma de ver la vida a través de los discos. Creo que, de alguna forma, expresa una forma de sentir la vida, en especial cuando Rob saca todos sus discos de las estanterías de su casa (en la foto) y los reordena autobiográficamente.
Es posible que yo no sea un fetichista musical por el hecho de que mi sueldo no me lo permite, pero tengo empeño. De hecho, he estado buscando entre mis vinilos y mis cedés algún disco raro que mereciera la pena sólo por el hecho de tenerlo físicamente y no lo encuentro. Nunca he sido de los que se compraba el mismo álbum dos veces porque tuviera una portada distinta. Otra cosa es el afán acaparador de todo coleccionista...
En el blog Impronta de jazz leí hace tiempo un artículo llamado Disco es cultura sobre el fetichismo musical, sobre nuestras relaciones afectivas con los discos como objetos, sobre nuestra dependencia de las tiendas de discos y de la pérdida de este contacto físico debido a la preponderancia del mp3. Lo cierto es que, oyendo música por los auriculares, mientras uno hace deporte o viaja, pierde de vista esas portadas maravillosas, esos datos sobre personal de los libretos, estudio de grabación, fechas... que realmente nos son tan queridas... El artículo termina con un relato del libro Memorias de un ladrón de discos de Carlos Sampayo, libro que, automáticamente, acaba de convertirse en objeto de deseo para este que firma, digamos, en fetiche (futuro).
El tacto de los cedés no es como el de los vinilos. Deberíamos estar de acuerdo en eso. Tener un vinilo en las manos, con su enorme portada de 12" era todo un placer. Sí, hay discos que sólo por la portada merece la pena tenerlos. De los cedés sólo se aprecia la cantidad de páginas que cabe en su booklet. ¿He dicho yo esto? ¿Dónde está mi fetichismo musical? Sigo buscando un disco que merezca la pena tener como objeto físico y no por lo que suena. ¡Tengo uno! Se trata de una recopilación de Satchmo Jazz Records (¿Qué ha ocurrido con Satchmo? Su tienda online está de liquidación. Editó tan buenos artistas...) que se llama Vidas fingidas (SJR, 2002).
Vidas fingidas es mucho más que un disco. Es una especie de disco-libro, disco-comic o algo parecido. Alterna diez relatos cortos de Juan Ferrer, que en la voz de Jordi Dauder suenan a blanco y negro, con personajes al límite, tahures, boxeadores, músicos de jazz, con sus correspondientes diez temas de jazz interpretados por los artistas de Satchmo, un amplio abanico nacional que va desde Perico Sambeat, Xavi Maureta o Juan Camacho hasta vocalistas como Celia Mur o Amelia Bernet. Lo físico del disco, lo que justificaría el fetichismo, son las ilustraciones de Josep Maria Cazares, que calzan a la perfección con los relatos hard boiled de Juan Ferrer, convirtiendo el disco en una obra de arte visual con estética de comic y una cuidada y elegante presentación en libreto de cartón con un inserto para el disco, lo que hace que, a pesar de su tamaño, siga pareciendo un libro en nuestras manos.
"Para un tipo como yo, nada a perder ni nada a ganar, es una muy buena ocasión para volver a sentir el escalofrío que provoca una buena mano; esa sesión de psicología que dura eternamente mientras se va descartando; el gesto de uno, la repentina frente húmeda de otro, el vistazo de soslayo y, finalmente, el gran momento: los naipes sobre el tapete" (Vieja dama del sur, ilustrado por So many people, de Stephen Sondheim).
"Sé que me hubiese gustado ser actor, de esos que se hacen leyenda fingiendo la vida, que aun después de muertos tienen la gracia del que se sabe irrepetible mientras golpea un pitillo sobre un mostrador y mira a una diosa que le espera al final de la barra, al tiempo que una canción que hacen suya inunda el espacio fílmico" (Luces y sombras, fragmento). Después, suena Hotel Orly de Xavier Monge Group. Una maravilla.
Sí, he vuelto a ver High fidelity (Stephen Frears, 2000, basada en la novela de Nick Hornby). Me siento a gusto con sus decorados llenos de vinilos y su forma de ver la vida a través de los discos. Creo que, de alguna forma, expresa una forma de sentir la vida, en especial cuando Rob saca todos sus discos de las estanterías de su casa (en la foto) y los reordena autobiográficamente.
Es posible que yo no sea un fetichista musical por el hecho de que mi sueldo no me lo permite, pero tengo empeño. De hecho, he estado buscando entre mis vinilos y mis cedés algún disco raro que mereciera la pena sólo por el hecho de tenerlo físicamente y no lo encuentro. Nunca he sido de los que se compraba el mismo álbum dos veces porque tuviera una portada distinta. Otra cosa es el afán acaparador de todo coleccionista...
En el blog Impronta de jazz leí hace tiempo un artículo llamado Disco es cultura sobre el fetichismo musical, sobre nuestras relaciones afectivas con los discos como objetos, sobre nuestra dependencia de las tiendas de discos y de la pérdida de este contacto físico debido a la preponderancia del mp3. Lo cierto es que, oyendo música por los auriculares, mientras uno hace deporte o viaja, pierde de vista esas portadas maravillosas, esos datos sobre personal de los libretos, estudio de grabación, fechas... que realmente nos son tan queridas... El artículo termina con un relato del libro Memorias de un ladrón de discos de Carlos Sampayo, libro que, automáticamente, acaba de convertirse en objeto de deseo para este que firma, digamos, en fetiche (futuro).
El tacto de los cedés no es como el de los vinilos. Deberíamos estar de acuerdo en eso. Tener un vinilo en las manos, con su enorme portada de 12" era todo un placer. Sí, hay discos que sólo por la portada merece la pena tenerlos. De los cedés sólo se aprecia la cantidad de páginas que cabe en su booklet. ¿He dicho yo esto? ¿Dónde está mi fetichismo musical? Sigo buscando un disco que merezca la pena tener como objeto físico y no por lo que suena. ¡Tengo uno! Se trata de una recopilación de Satchmo Jazz Records (¿Qué ha ocurrido con Satchmo? Su tienda online está de liquidación. Editó tan buenos artistas...) que se llama Vidas fingidas (SJR, 2002).
Vidas fingidas es mucho más que un disco. Es una especie de disco-libro, disco-comic o algo parecido. Alterna diez relatos cortos de Juan Ferrer, que en la voz de Jordi Dauder suenan a blanco y negro, con personajes al límite, tahures, boxeadores, músicos de jazz, con sus correspondientes diez temas de jazz interpretados por los artistas de Satchmo, un amplio abanico nacional que va desde Perico Sambeat, Xavi Maureta o Juan Camacho hasta vocalistas como Celia Mur o Amelia Bernet. Lo físico del disco, lo que justificaría el fetichismo, son las ilustraciones de Josep Maria Cazares, que calzan a la perfección con los relatos hard boiled de Juan Ferrer, convirtiendo el disco en una obra de arte visual con estética de comic y una cuidada y elegante presentación en libreto de cartón con un inserto para el disco, lo que hace que, a pesar de su tamaño, siga pareciendo un libro en nuestras manos.
"Para un tipo como yo, nada a perder ni nada a ganar, es una muy buena ocasión para volver a sentir el escalofrío que provoca una buena mano; esa sesión de psicología que dura eternamente mientras se va descartando; el gesto de uno, la repentina frente húmeda de otro, el vistazo de soslayo y, finalmente, el gran momento: los naipes sobre el tapete" (Vieja dama del sur, ilustrado por So many people, de Stephen Sondheim).
"Sé que me hubiese gustado ser actor, de esos que se hacen leyenda fingiendo la vida, que aun después de muertos tienen la gracia del que se sabe irrepetible mientras golpea un pitillo sobre un mostrador y mira a una diosa que le espera al final de la barra, al tiempo que una canción que hacen suya inunda el espacio fílmico" (Luces y sombras, fragmento). Después, suena Hotel Orly de Xavier Monge Group. Una maravilla.