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Regalías y regalos de navidad


Foto: André Previn según William Claxton
Ser músico de jazz nunca ha sido un buen negocio. Los discos del género nunca están en las listas de superventas y tocar en directo en garitos pequeños tampoco es una mina de oro. Esto sin contar que hasta hace unas décadas los discos no reportaban beneficios a nadie más que a las casas discográficas. Las biografías de Miles Davis o Bill Evans cuentan cómo entraban en los estudios para grabar álbumes completos, cobraban por las sesiones de grabación y las discográficas editaban estos discos cuando les venía bien para su catálogo, sin pagar por ello ni un céntimo más a los músicos, razón por la que muchas de estas grabaciones han permanecido décadas olvidadas en los archivos de casas de discos importantes.

Afortunadamente, existen las reediciones y los piratas. Cuando hablábamos en una entrada anterior de las grabaciones pirata o no oficiales que circulaban entre los aficionados, la mayoría de las veces de conciertos o de temas jamás editados, recalcábamos que lo peor no era que los músicos no cobraran por ellas sino el descuido con que se grababan y compartían.

Pero, hablando de dinero, hubo un momento en la Historia del jazz, entre los años 1942-44, que supuso un punto de inflexión en lo que a la profesión de jazzman se refiere. Se trató de la Recording ban o “prohibición de grabar”, una huelga moral y obligada que se impusieron los músicos de la época para evitar los abusos de las discográficas, que les pagaban solamente las horas que permanecían en el estudio y luego hacían negocio con sus grabaciones durante años. Juan Claudio Cifuentes lo recordaba hace unas semanas en su programa de Radio 3, lamentándose de que algunos músicos de la época no han llegado hasta nosotros al coincidir con esta época en que la consigna era no grabar. A algunos le coincidió con el mejor momento de su carrera.

A partir de entonces, se garantizó el pago a los músicos de un royalty por cada disco vendido, algo hasta entonces desconocido.

Sorprendente, ¿no? En una época como la que vivimos, en la que las ganancias de los músicos están tan diversificadas que cobran por que sus canciones aparecen en anuncios y en películas, en que cobran por los tonos que nos descargamos para los móviles, en que cobran por las camisetas que compran los fans y cobran por las descargas de iTunes o de Amazon, en la que algunos privilegiados cobran incluso sólo por firmar contratos, resulta incomprensible que hubiera un tiempo en que salieran del estudio y “regalaran” a las discográficas sus grabaciones renunciando a sus derechos de autor.

Declaro el día de hoy como Día del Recording Ban. Como creador, creo que es justo y necesario que viva del arte su verdadero creador, aunque también opino que nos estamos pasando de justos (o de políticamente correctos) al pagar a los músicos (sólo a los músicos, no a los escritores ni a los pintores ni a los guionistas ni a los arquitectos) por otras cosas que no son sus discos, como por comprar una televisión o un ordenador. Los del canon deberían pagarte por comprar un equipo de música en el que después te vas a gastar un pasta en discos con los que alimentarlo... No al revés.

Una cosa son los derechos de autor y otra el canon indiscriminado. Desde aquí otro ¡No al canon preventivo! y un deseo para Navidad: comprad los regalos en eBay, de segunda mano o en el extranjero, para que Ramoncín no pille cacho.

Nos vemos en 2009 con más swing.