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DE LA FRUSTRACIÓN DE LO DIGITAL

al regreso a la doble pletina

Supongo que es normal que nos sintamos engañados. Nos han hecho crecer en el humanismo recalcitrante del último siglo, excitados por un consumismo y un ansia de poseer que no admitían discusión, y la llegada de lo digital nos ha cogido a pie cambiado. Hace unas semanas, leyendo un artículo titulado ¡No tires tu doble pletina! en Yorokobu, apareció en el cielo una sombra que enturbió nuestro viejo rincón de casa, haciéndonos parecer a nosotros, los que mantenemos y alimentamos discotecas inmensas, como viejos monjes amanuenses alejados de la sociedad más común.




Al principio, llegó el mp3 y todos enloquecimos creyendo que la descarga fácil aplacaría nuestras ansias por coleccionarlo todo, por tenerlo TODO, por poder ordenarlo en carpetas, en orden alfabético... pero pronto nos dimos cuenta de que la aglomeración nos restaba juicio a la hora de elegir un disco que escuchar, de que la abundancia nos hacía indecisos, de que nuestro criterio se difuminaba, de que tanta música no era nada dentro de los GB de nuestro reproductor... y pronto comprendimos la inutilidad de almacenar, pues todo lo que ocupaba sitio en nuestro disco duro estaba a un click de distancia en Spotify... ¿Para qué almacenar? Y, si no almacenamos, si no coleccionamos, ¿qué sentido tiene nuestra melomanía?

Pero lo más grave es que hemos perdido la capacidad de tocar, porque una portada a la que acaricias sabe darte más placer cuando la escuchas. No nos importa su formato. Un disco de vinilo con una portada de 30cm es un placer para la vista, una cinta de cassette con su pequeña carátula desplegable y sus letras diminutas ocultando los nombres de los músicos es un maravilloso misterio a resolver, incluso un CD con sus libretos grapados como un pequeño librito de ARTE es apetecible...

Recibir un regalo digital no es lo mismo. Ni un músico puede firmarnos un disco descargado en Amazon ni un escritor su e-book (¿no os gusta oler los libros recién comprados?) y es aquí donde recordamos que somos humanos, que necesitamos ver y tocar, SENTIR.

Sirva esta breve nota para explicar nuestra opinión al respecto, para reivindicar la vuelta a lo tangible, a la música tal como la conocíamos, en vinilos de grandes y jugosas portadas, de cassettes llenas de ruidos desquiciantes y , a la vez, familiares, a la música que era algo más que música, que era tacto y olor y estética y objeto, la música que vivía junto a nosotros y nos miraba desde el abarrotado anaquel de nuestra discoteca.