Enrique “Mono” Villegas (1913-1986) dominaba a Mozart con siete años. Descubrió el jazz con nueve. Tocó Rhapsoy in blue en vivo con 19. Con 28 estrenó su Jazzeta, primer movimiento acompañado por lo mejor del jazz argentino de la época. En 1953 escribió la música para Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams. Aprendió a tocar música criolla y, aunque jamás abandonó el gusto por la música clásica, en la que se había formado, reconoció como sus maestros a Art Tatum, Fats Waller y Duke Ellington, gran error a posteriori en una época en la que el mundo se dejaba deslumbrar por el brillo innovador de Bill Evans y Thelonius Monk. En 1955 viajó a Nueva York para grabar con Columbia y tocar en pequeños clubs, donde frecuentó a Cole Porter, Count Basie, Nat “King” Cole y Coleman Hawkins. Allí grabó el fabuloso Very, very Villegas y de allí tuvo que irse cuando la compañía le retiró el contrato por negarse a hacer un disco homenaje a Ernesto Lecuona. El Mono quería hacer jazz con los grandes, no quería “disfrazarse” de hispano ni grabar un disco de música cubana (¡él era Argentino!). Pagó su coherencia volviendo a casa, donde no sólo adoptó sino que creó un canon para el jazz argentino mezclando músicas folklóricas con jazz. Esta segunda etapa argentina es la más brillante y original del pianista. Tuvo incluso las agallas de hacer jazz con los preludios de Chopin en su álbum Metamorfosis. Hablamos de los 60 y de los 70.
El único disco que tengo de este maestro es Encuentro (Random, 1968), una maravilla de grabación con siete temas que dejan patente su gusto por el jazz clásico (Waller, Ellington) pero en los que se nota ya la influencia que Bill Evans y, sobre todo, Monk habían dejado en él. Su forma de tocar es más sincopada, más desestructurada que en sus comienzos. Le acompañan los miembros de su trío estable: Alfredo Remus (contrabajo) y Eduardo Casalla (batería), además de dos músicos que venían de la orquesta de Duke Ellington: Paul Gonsalves (saxo tenor) y Willie Cook (trompeta). Es curiosa y (al mismo tiempo) excitante oír este insólito cóctel en el que, si no dispusiéramos del libreto, podríamos pensar que Monk había dado un golpe de estado y se había sentado al piano en la orquesta de Duke...
A pesar de ser un hombre de costumbres austeras y ordenadas, el Mono Villegas tenía fama de excéntrico por su carácter explosivo. Se atrevió a convertir Caminito en un blues. Era un auténtico ganso de riña, como dicen los argentinos. Fue amigo de Borges y de Macedonio Fernández. Se alimentaba de cafés con leche y mediaslunas. En una entrevista afirmó: «Yo dije siempre que había tres clases de pianistas: los que no tocan nada, que son los que más escucha el público, los que tocan mal y siguen tocando mal durante toda su vida sin ninguna variante y los que, como yo, tratan de tocar mejor cada día sin conseguirlo hasta un segundo antes de morirse.» Astor Piazzola le compuso un tango llamado Villeguita.