Páginas

UN DÍA VOLVERÉ

París como exilio predilecto

París y el jazz, un binomio inquebrantable. Nadie duda que, si hay un epicentro creativo en el jazz en Europa, ése es París. Durante las décadas (especialmente) de los 50 y 60, todos los músicos americanos que salían de su país se instalaban en París. La especial receptividad del público francés, la abundancia de clubes ya existentes en la orilla izquierda del Sena y la relajación moral, muy diferente a la impuesta por las políticas de McCarthy en los USA, impulsaron a muchos músicos a cambiar de aires e instalarse allí.









Hubo otras muchas razones, por supuesto, como la acumulación de antecedentes penales por el tema de las drogas o la radicalización de ciertas posturas racistas norteamericanas, que coincidieron con una mayor concienciación de los colectivos negros por sus derechos civiles. De esto último trata, en cierto sentido, Un día volveré (originalmente titulada Paris Blues y dirigida por Martin Ritt en 1961). Un músico negro (Sidney Poitier) que vive afincado en París, donde toca en un club de jazz en el que goza de cierto pretigio, conoce a una turista americana, también de color (una jovencísima Diahann Carroll) de la que se enamora. Ella lo pone entre la espada y la pared, o entre el jazz de París y el regreso a Estados Unidos, convencida de que su deber es no huir sino luchar in situ por los derechos civiles de los negros.


Desde el punto de vista cinematográfico, la película es una floja historia de amor, y sólo Joanne Woodward es capaz de crear un personaje fuerte y con carácter. Sin embargo, desde el punto jazzístico, Paris Blues acumula méritos para ser una cinta de culto entre los aficionados. Por un lado, está la fabulosa banda sonora de Duke Ellington, que acompaña cada momento de la película y creo que es, junto con Anatomía de un asesinato (Otto Preminger, 1959), su mejor composición para el cine (¡"Mood Indigo"). Por otro lado, está Louis Armstrong interpretando a Wild Man Moore, un trompetista de gira con su orquesta por Europa. De las dos breves apariciones de Satchmo en la película, la segunda, cuando irrumpe con su banda en el club donde tocan los protagonistas, desafiando uno por uno a todos los músicos de la banda, es fabulosa. Él toca, su trompeta señala y desafía a cada uno de los músicos, y éstos responden como en las mejores jams. Un momento jazzístico glorioso que podéis ver en este video:




También hay muchos otros ingredientes: el escenario, un club subterráneo de la orilla izquierda, con un público entregado y heterógeneo, muy auténtico; el músico interpretado por Serge Reggiani, que se debate entre la droga y sobrevivir por la música, nos devuelve la imagen de tantos músicos de jazz de la época; el bajista del combo es Guy Pederson y el pianista es Aaron Bridgers, quien fue pareja de Billy Strayhorn, a quien abandonó para exiliarse a París huyendo de la homofobia que inundaba América en 1947; el repertorio que toca el combo en la película (Mood Indigo, In a Sentimental Mood...) es imprescindible...


Muchas veces, las razones de un exilio no radican simplemente en de dónde se huye sino a dónde se elige llegar. París es, desde el siglo XIX, un referente del arte, un imán que atrae y revoluciona a los artistas que eligen instalarse allí. En el XIX fue la pintura, en el XX el jazz. ¿Fueron los músicos americanos quienes trajeron el genio a París o fueron ellos quienes recibieron su magia? Funcione en la dirección que funcione, París y jazz conforman un tándem increíble. La llegada de músicos de todo el mundo no ha cesado. París espera siempre. Los clubs, también. Llevo años diciéndolo. Un día volveré.