Tonight I shall sleep (with a smile on my face)

Scott Hamilton es un clásico. Ya lo era cuando apareció a mediados de los 70, enarbolando el saxo como un Coleman Hawkins redivivo, como un nuevo Zoot Sims, reivindicando un clasicismo que sonaba reaccionario en la época de Weather Report y de los desvaríos electrónicos de Miles Davis, con ese bigotillo que lo hace único, como un viajero del tiempo que hubiera llegado directamente desde los años 50. Scott Hamilton es un clásico (amarás al swing por encima de todas las cosas) y sigue ahí.

Anoche apareció en el patio del Campus de la Merced sin bigotillo. Fue la única sorpresa que nos tenía preparada. Se subió al pequeño escenario ante un público escaso pero expectante (según los organizadores unas 300, casi todos entregados, pocos ajenos al jazz) y demostró lo que todos esperábamos, que el swing sigue vivo.

Ante la expectación insoportablemente silenciosa de los que allí estábamos, el cuarteto tomó posesión del escenario y Hamilton, en solitario, entonó con su saxo los primeros compases de What is this thing called love, el tema que abría su álbum de 2005 Back in New York. Los primeros compases tienen su encanto y Hamilton se permite el lujo de tomarse unos minutos para su solo antes de que 'conozcamos' a sus músicos. Entonces, la sección de ritmo se une y todo cambia, el aire se mueve, el público sacude la cabeza contagiado por el ritmo. A partir de ahí, todo es jazz. Ritmo, gandes solos, público participativo,

El acierto de Scott Hamilton no es sólo el estilo (mainstream, bendito mainstream entre tanta fusión) sino saber moverse (metafóricamente) sobre el escenario. Casi todos los temas, salvo las baladas, tienen cuatro solos, uno para cada músico. Otro acierto es la elección del grupo, magnífico, impecable y espectacular en esos solos (es muy difícil preparar siete u ocho solos para un concierto, especialmente para el bajista o para el batería): Esteve Pi, impresonante todo el tiempo, versátil, imparable, el auténtico motor de todo el concierto; Ignasi González al contrabajo, con un sonido perfecto, increíblemente lleno de matices; y al piano Gerard Nieto, que dio un color especial a los temas con una variedad de registros imposibles de asimilar. Sumémosle a todo esto que después de cada tema el público aplaudía de tal manera que Hamilton tenía que interrumpirlos arrancando las primeras notas del tema siguiente con su saxo para poder continuar.

El repertorio, con mucho swing, incluyó desde temas grabados por SH hasta standards de Woody Herman y Duke Ellington, así como algunas baladas (Skylark y This is the end of a beautiful friendship) y temas es-pec-ta-cu-la-res como Apple honey, con un solo olímpico de Steve Pi. Precisamente, había pensado llamar a este post Apple honey, porque la noche fue una delicia, pero al final, Hamilton me traicionó interpretando Tonight I shall sleep (with a smile on my face) y me sentí tan identificado que cambié de opinión.


El escenario no estuvo mal, teniendo en cuenta que faltaron sillas, aunque mejor desbordados que solos... El sonido, correcto. La iluminación, desastrosa. No había cañón y los focos estaban tan mal dispuestos que casi no apreciábamos las expresiones en las caras de los músicos desde la tercera fila. Es por eso que pido un poco de clemencia (Esther, please, perdónanos) porque a mi amigo Manolo Sosa se le olvidó llevar su Cámara (con Mayúsculas) y mi pobre Fuji compacta no daba para la penumbra que cayó sobre nosotros.

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Para Jota, que compartió anoche con nosotros su primer concierto de jazz. Que sean más.

Por último: el vídeo. Gracias a Daniel Mantero, aquí va un pequeño resumen del concierto, impresionante: