How my heart sings (y II)

Por fin he acabado la biografía de Peter Pettinger sobre Bill Evans y tengo que decir antes que nada que, no siendo un fan incondicional del pianista (mis amigos saben qué tipo de jazz prefiero antes que el elaborado lirismo de Bill Evans) he podido leer en palabras en qué consiste la magia de Nardis, aunque espero que nadie me obligue a expresarlo.

El libro es una biografía, pero está escrito por un pianista clásico desde una óptica analítica que desmenuza cada grabación y cada sesión de Bill Evans que ha llegado hasta nuestros días, a pesar de lo cual la narración es tan fluida que casi parece una novela.

La "novela" comienza con el impulso de Bill Evans hacia el swing, las primeras orquestas de baile en las que participó, como el trío de Mundell Lowe (con el que tocó durante dos semanas a principios de los 50 en Calumet City, Illinois, en un club donde el escenario estaba separado del público por una alambrada para que no les alcanzaran los botellazos que lanzaba el público), las primeras grabaciones en el estudio que Rudy van Gelder tenía montado en su casa (Stenway de cola incluido, donde el ingeniero grababa para Savoy miércoles y jueves, para Prestige los viernes y para Blue Note los domingos), la llamada de Miles Davis, por recomendación de George Russell (Miles pregunta: “¿Es blanco?” Sí. “¿Lleva gafas?” Sí. “Ya sé quién es ese hijoputa; lo vi una noche en el Birdland y vaya si toca. Tráemelo el jueves por la noche al Colony, en Brooklyn”) y su forma de entender e interpretar la música a través de sus diferentes tríos (con Paul Motian y Scott LaFaro, con Eliot Zigmund y Eddie Gómez, con Joe LaBarbera y Marc Johnson) o en sus discos en solitario (Conversations with myself, Further conversations with myself, New conversations, en los cuales innovó tocando varias pistas de piano superpuestas o utilizando teclados electrónicos Rhodes, con los que nunca llevó a congeniar del todo, en los últimos).

Como he comentado, el autor no se centra en los problemas de salud y sus causas, pero describe perfectamente su estado físico y de ánimo, y la influencia que esto tenía en su forma de tocar. En el capítulo final, deja constancia de la forma en que el trío encaraba los directos, cada vez con un tempo más rápido, más fluido, con un Joe LaBarbera plenamente integrado que casi ahogaba a los otros músicos con sus platillos. Parecía como si la vida se le escapara de las manos (a Evans le quedaban meses de vida), con la conciencia ya antigua de que lo único que lo empujaba hacia adelante era la música. En el verano del 80 estaba totalmente enganchado. Rehusó varias veces el tratamiento médico (solía decir que lo único que necesitaba era tocar) y prácticamente se alimentaba de caramelos. Murió el 15 de septiembre después de un largo y lento suicido.


En resumen, una vida intensa, siempre buscando nuevos caminos en el teclado, nuevas teorías, reinterpretando las anteriores, un nunca acabar.

No es una historia para contarla, pero me gustaría dejar caer aquí la transcripción de un maravilloso capítulo. La situación: el trío de Bill Evans, con Eddie Gómez al bajo y Marty Morell a la batería, aparece en un programa de la NBC con el flautista Jeremy Steig como invitado. Después de tocar el tema de la película Espartaco, una de sus favoritas, Bill Evans explica al público desde su teclado los ingredientes de lo que a continuación van a cocinar: So what. Transcribo: “Empezaremos con una introducción o un pasaje preparatorio, que será totalmente libre, lo primero que nos venga a la cabeza. Comenzaremos sin demasiada tensión y ésta irá en aumento hasta llegar a un punto en el que podremos relajarla y dejar que Eddie entre con la primera frase cuando quiera. Después de la presentación del tema, Jeremy tocará un par de coros, pero nada demasiado elaborado. Yo acompañaré su intervención durante un coro con un obligato y haré algunos ornamentos en el siguiente. A continuación, improvisaré con la sección rítmica durante dos coros y luego volverá a entrar Jeremy para hacer otros dos, y en esta ocasión podrá tocar lo que le apetezca. Después le tocará el turno a Eddie: haz un ocoro que nos devuelva al tema. Haremos un coro de tema y alargaremos el fnal aguantando el tempo hasta que el tema se desvanezca por sí solo”. Esto es organización del trabajo y no otra cosa.

Bill Evans era un genio musical de una inteligencia desbordante que, las más de las veces, desborda a los oyentes, especialmente a los que esperan oír un jazz mainstream. De los pocos discos que tengo de Evans, sólo suelo poner You must believe in spring, el único álbum que (para mí) equilibra los sentidos lírico y jazzístico del pianista (traducido: lo que me gusta de Evans y lo que espero de un disco de jazz), porque sigo considerándolo más un intérprete clásico que un compositor de jazz.
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Más sobre Bill Evans en la magnífica página The Bill Evans Webpages

De la primera foto no tengo constancia de autoría.
La segunda es de Henry Kahanek.